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Fe Relativista y Fe Cristiana


Por Antonio Orozco-Delclós

Se cuenta que, en cierta ocasión, descendía Einstein de un avión y al pie de la escalerilla una de las personas que le recibían le preguntó:

—Por favor, Mr. Einstein, explíquenos en pocas palabras su teoría de la relatividad.

—Señora, replicó el genial científico, para explicarle a usted mi teoría de la relatividad necesitaría disponer de lo que usted entiende por eternidad. 

         El mismo grado de ingenuidad -ignorancia- manifiestan quienes creen que Einstein estableció definitivamente el relativismo epistemológico y ético, como si se hubiese demostrado que la verdad fuese siempre «relativa», sin valor «absoluto», es decir, sinvigor y vigencia universal. En otros términos, que no habría verdad que fuera tal (verdad) en todos los lados y todos los tiempos. Por lo que toca al conocimiento la pretensión relativista es que nada puede afirmarse si no es en el contexto de una cultura o de otras circunstancias específicas o individuales del interesado. La versión popular del «todo es relativo» se expresa con la bien conocida copla:

En este mundo traidor
nada es verdad ni mentira,
todo es del mismo color
del cristal con que se mira.

         Seguramente un buen relativista borraría lo de «traidor». Nos quedaríamos sin rima, pero permanecería el criterio esencial: todo es del color del cristal...

De entrada, cabría objetar que no todo lo que conozco es del color del cristal, porque siguiendo con la metáfora, hay algo que obviamente conozco independientemente del color; por ejemplo, el cristal. El cristal no es un color ni su naturaleza depende de color alguno. Y ciertamente conozco bastante bien el cristal (aunque no de modo exhaustivo), y lo conocería en sus propiedades esenciales aunque padeciera de daltonismo.

Lo que pretende el relativista no es que un objeto que por un lado se ve cóncavo, pueda verse por el otro lado convexo. Esto no es relativismo, es realismo. Lo que quiere decir el relativista, si tiene algún sentido lo que quiere decir, sin salirnos del mismo ejemplo, es que una cosa puede ser cóncava y también convexa ¡por el mismo lado! en función de los condicionamientos que sufran los observadores.

         Seguramente pocos relativistas considerarían oportuno este ejemplo y quizá lo tomarían como un golpe bajo. Ahora bien, si no lo admiten, comienza a hacer agua su relativismo, porque están reconociendo ya, aunque sea con la boca pequeña, que hay verdades objetivas y que como tales las podemos conocer. En todo caso, el relativismo de que hablamos existe en abundancia. Una consecuencia de su tesis es que 2 + 2 son 4 para una cultura, época o civilización, pero podrían no serlo en otra época, civilización o cultura (no se sabe).


UN EJEMPLO: EL CASO DEL ABORTO

Por poner un ejemplo cercano y que mantiene en casi todo el mundo las espadas en alto, tomemos la polémica sobre el aborto. La biología enseña que el embrión humano es ser humano. La consecuencia que saca inmediatamente una persona realista es la siguiente: luego el aborto es un homicidio, crimen injustificable. El relativista replicará: ¡Ah, no! A usted puede parecerle un crimen el aborto, pero esto se debe a sus condicionamientos individuales o culturales; para otros el aborto es cosa perfectamente justificable y hay que respetarles. O sea, que una misma acción y bajo el mismo ángulo (acabar con la vida de un ser humano) para unos es un crimen y para otros una bendición. ¿Ambos tienen razón?

El relativista tiene complicada la respuesta. Si dice que sí, incurre en una contradicción demasiado evidente. Si dice que no, tendrá que reconocer el derecho a defender la vida contra el aborto. Pero al relativista le parece que el asunto del aborto es relativo y, paradójicamente, por ello mismo no está dispuesto a conceder que sea malo. Lo que suele hacer en semejante tesitura es tachar de fanáticos a quienes defienden el valor sagrado de la vida humana. Me exige que yo respete su postura, se niega a aceptar la posibilidad de que yo tenga razón y en modo alguno detendrá su propósito de aborto. Uno se acuerda de la ley del embudo, para mí lo ancho, para ti lo agudo. El relativista implícitamente niega lo mismo que explícitamente afirma. Además, para él, todo lo que no es relativista es fanatismo y antidemocrático.

Conviene pues profundizar en cada una de las posturas, la del fanático y la del relativista. Son muy de agradecer, por cierto, análisis como los que nos ofrece el profesor Antonio Millán Puelles, en su libro titulado El interés por la verdad (Cfr. Millán Puelles, El interés por la verdad, Rialp, Madrid 1998, pp 143 y ss.; y videos: dos clases sobre el tema)


EL FANÁTICO


Comencemos, pues, por definir al fanático, tanto para saberlo,sino cuando nos llamen así como cuando estemos a punto de llamarlo a otros. Como es sabido, «fanático» viene de «fan», de donde proviene también «fanal».  Fanático es quien se siente «iluminado» por la verdad y a la vez «profeta» con derecho a imponer la verdad a todo el mundo y a cualquier precio, por cualquier medio. Es claro que la característica del fanático no es precisamente el amor a la verdad (para lo cual se necesita no ser fanático) sino lacarencia de la virtud moral de la tolerancia. En consecuencia no se arredra ante el uso de la violencia física o moral.

Para el fanático —explica Millán—, ser tolerante es hacer traición a la verdad.Pensando de esta manera, el fanático ignora que la tolerancia no supone aceptar por verdadero lo falso. El fanático, con razón, considera que la falsedad es un mal, pero de esta verdad saca una falsa consecuencia: que tolerar equivale a aprobar o aplaudir.

El fanático acierta al mantener incólume la distinción entre la verdad y la falsedad.Acierta también en reconocer que la verdad tiene un valor absoluto (no es preciso ser fanático para reconocerlo) y que lo falso en tanto que falso es objetiva y absolutamente inválido. Se equivoca al menos en la pretensión de comunicar la verdad —o lo que él tiene por tal— mediante la violencia física o moral.


EL RELATIVISTA


Por su parte, el relativista, de entrada, tiene la apariencia de la mayor humildad: yo no soy capaz de conocer verdades absolutas o inmutables, válidas para todo el mundo. Sostiene (frente al escepticismo radical) que el hombre puede conocer verdades, pero a la vez afirma que ninguna verdad posee valor absoluto. Una verdad sólo podrá serlo dentro de un espacio o lugar y tiempo o época, o cultura, determinados. En otras palabras, ninguna verdad es válida universalmente, sino en función de la peculiar constitución (bien específica, bien individual) del sujeto que se las representa.

Parece que no cabe mayor humildad en el aprecio de la propia capacidad de conocer, por lo que, el relativista, parece hallarse en óptimas condiciones para vivir la virtud moral de la tolerancia. De hecho —dice Millán—, la apología que actualmente se hace de la tolerancia es, en numerosas ocasiones, una profesión de fe relativista. Hay renombrados políticos, juristas, y hasta algún que otro moralista adepto del progresismo, que se empeñan en repetir que si no se es relativista no cabe ser tolerante. Ahora bien, quienes piensan de esta manera no resultan en el fondo tan humildes como en la superficie lo parecen. Se atribuyen el monopolio de la virtud moral de la tolerancia, negándola en absoluto —no de una manera relativa— a quienes discrepan de ellos. No tienen la humildad de tolerar que puedan considerarse tolerantes quienes no aprueban el relativismo. Y en realidad tampoco son relativistas. No pueden serlo porque su afirmación de la tesis relativista es absoluta, no relativa a su vez.

Con otros términos, el relativista implícitamente afirma lo que explícitamente niega: la existencia de verdades universalmente válidas. Millán Puelles concluye que el único relativismo humanamente posible es el relativismo inconsecuente, es decir, el que se expresa de una manera absoluta, o el relativismo irreflexivo (que advierte que se contradice al expresarse pero no le importa).

El relativista ha de reconocer que, desde su punto de vista, no existe fundamento objetivo para entender y sostener la virtud de la tolerancia como preferible al fanatismo. ¿Por qué hemos de preferir la tolerancia al fanatismo? El relativista carece de respuesta satisfactoria, porque la respuesta habría de ser: «depende...».

La tolerancia, ¿cuenta o no cuenta con un fundamento razonable, o sea, con una razón objetiva? Si la respuesta es rotundamente sí, se ha descalificado el relativismo; si la respuesta es no, entonces el relativismo carece de fundamento racional para afirmar el valor de la tolerancia. Sólo le queda el recurso de decir algo así: «es que obviamente es preferible». Pero teniendo en cuenta que el fanático no lo ve nada claro, la postura relativista se muestra arbitraria, voluntarista y dogmática. En resumidas cuentas, es en sí mismo contradictorio. Lo cual explica que haya tan pocos relativistas consecuentes. En rigor, es imposible ser consecuente con el relativismo, como no se puede ser consecuente sobre la base de que dos más dos sean a la vez tres y medio, cuatro y cinco.


EL CRISTIANO


Por el contrario, la doctrina cristiana enseña, por una parte, que lo falso no tiene nunca derecho a presentarse como verdadero; y por otra, que «la verdad debe presentarse amable, no agria, ni molesta, ni impuesta a la fuerza o con violencia, pues de otro modo se haría imposible la paz entre los individuos y los pueblos, cuando el Hijo mismo encarnado, Príncipe de la paz, por su cruz reconcilió a todos los hombres en Dios...» (Concilio Ecuménico Vaticano II, Gaudium et spes, n. 78).

 Para el relativista la tolerancia es una actitud carente de fundamento racional. En cambio, para el cristiano como tal, la tolerancia es una virtud moral necesaria y opuesta al vicio de la intolerancia. Si un cristiano es intolerante —lo que ha sucedido más de una vez—, siempre se le podrá argumentar: usted actúa contrariamente a su fe; ahonde un poco más en los contenidos de su credo, sobre todo en lo afirmado por su Maestro: es preciso amar no sólo a los amigos, sino también a los enemigos. Es posible que se convierta a la tolerancia. Razones hay para ello.

En cambio, el relativista carece de fundamento para convencer a nadie de la necesidad de la tolerancia. No podrá invocar con éxito el credo relativista, precisamente porque éste consiste en la negación de todo fundamento absoluto respecto a la verdad y al bien. Él mismo se encontrará en momentos de crisis difíciles de superar, porque ser tolerante siempre, a lo largo de una vida un poco dilatada, es sin duda bastante arduo.

¿Quién está, pues, más inclinado al respeto al discrepante y a las minorías? ¿quién se encuentra más próximo al ideal democrático, el relativista o el cristiano?

         Cabe añadir que «el verdadero y buen cristiano ha de entender que dondequiera que se encuentre la verdad, es cosa propia de su Señor» (San AgustínDe Doctrina christiana, cap. XVIII, núm. 28). En consecuencia, si el discrepante manifiesta estar en posesión de una verdad hasta entonces desconocida por el cristiano, éste debe entender que se encuentra con algo así como un mensajero divino —aun pudiendo ser éste un relativista en desliz—, portador de algo cuyo copy right eterno resulta ser... del Espíritu Santo.



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Pesimistas y optimistas


Conferencia pronunciada en Viña del Mar en 1946


Hecho curioso, paradoja cruel. Nunca como hoy el mundo ha manifestado tantos deseos de gozar, y nunca como hoy se había visto un dolor colectivo mayor. Al hambre natural de gozo, propia de todo hombre, ha venido a sumarse la serie de descubrimientos que ofrecen hacer de esta vida un paraíso: la radio que alegra las horas de soledad; el cine que armoniza fantásticamente la belleza humana, el encanto del paisaje, las dulzuras de la música en argumentos dramáticos, que toman a todo el hombre; el avión que le permite estar en pocas horas en Buenos Aires; en Nueva York, en Londres o en Roma... la cordillera que ve invadida su soledad por miles de turistas que saborean un placer nuevo: el vértigo del peligro; la prensa que penetra por todas las puertas aún las más cerradas por el estímulo de la curiosidad, por la sugestión del gráfico y de la fotografía. Fiestas, Excursiones, Casinos, Regatas, todo para gozar... Y sin embargo, hecho curioso, el mundo está más triste hoy que nunca; ha sido necesario inventar técnicas médicas para curar la tristeza. Frente a esta angustia contemporánea muchas soluciones se piensan a diario:



Unas soluciones del tipo de la evasión. En su grado mínimo es huir a pensar; atontarse... Para eso sirve maravillosamente la radio, el auto, el cine, el casino, el juego, ¡ruina de la vida interior! Se está, no me atrevería a decir ocupado, pero sí, haciendo algo que nos permita escapar de nosotros mismos, huir de nuestros problemas, no ver las dificultades. Es la eterna política del avestruz. Los turistas que vienen a estas lindas playas ¿qué hacen aquí en el verano sino eso? Playa, baño, baño de sol, aperitivo, almuerzo, juego, terraza, cine, casino, hasta que se cierran los ojos para seguir así, no digo gozando, sino «atontándose». Esta política de la evasión lleva a algunos más lejos, a la morfina, al «opio» que se está introduciendo, al trago, demasiado introducido, e incluso al suicidio.

Otros, más pensadores, no siguen el camino de la «evasión», sino que afrontan el problema filosóficamente y llegan a doctrinas que son la sistematización del pesimismo.



Para ambos grupos el fondo, confesado o no, es que la vida es triste, un gran dolor, y termina con un gran fracaso: la muerte. Y sin embargo, la vida no es triste sino alegre, el mundo no es un desierto, sino un jardín; nacemos, no para sufrir, sino para gozar; el fin de esta vida no es morir sino vivir. ¿Cuál es la filosofía que nos enseña esta doctrina? ¡¡El Cristianismo!!



Hay dos maneras de considerarse en la vida: Producto de la materia, evolución de la materia, hijo del mono, nieto del árbol, biznieto de la piedra, o bien Hijo de Dios. Es decir, producto de la generación espontánea, de lo inorgánico, o bien término del Amor de un Dios todo poder y toda bondad.



Claro está que para quien se considera hijo de la materia, y pura materia, el panorama no puede ser muy consolador. La materia no tiene entrañas, carece de corazón, ni siquiera tiene oídos para escuchar los ruegos, ni ojos para ver el llanto.



Pero para quien sabe que su vida no viene de la nada, sino de Dios, el cambio es total. Yo soy la obra de las manos de Dios. Él es el responsable de mi vida. Y yo sé que Dios es Belleza, toda la belleza del universo arranca de Él, como de su fuente. Las flores, los campos, los cielos, son bellos, porque como decía San Juan de la Cruz pasó por estos sotos, sus gracias derramando, y vestidos los dejó de su hermosura.



El cristiano no pasa por el mundo con los ojos cerrados, sino con los ojos muy abiertos, y en la naturaleza, en la música, y en el arte todo... goza, se deleita, ensancha su espíritu porque sabe que todo eso es una huella de Dios, que todo eso es bello, que esas flores no se marchitan... porque su belleza más completa y cabal la va a encontrar en el mismo Dios.



«Dios es amor», dice San Juan al definirlo, y nosotros nos hemos confiado al amor de Dios (1Jn 4,8.16). Todo lo que el amor tiene de bello, de tierno: entre padre e hijo, esposo y esposa, amigo y amiga, todo eso lo encontraremos en Él, pues es amigo, esposo, más aún, Padre. Estamos tan acostumbrados a esta revelación de la paternidad divina que no nos extraña. Dios, Señor, sí, pero ¿Padre? ¿Padre de verdad? Y de verdad, tan verdad es padre: «Para que nos llamemos y seamos hijos de Dios» (1Jn 3,1). Cuando oréis... ¡Mi Padre y Padre vuestro! Padre que provee el vestido, el alimento, Padre que nos recibe con sus brazos abiertos cuando hemos fallado a nuestra naturaleza de hijos y pecamos. Si tomamos esta idea profundamente en serio, ¿cómo no ser optimistas en la vida?



Dolores: ni la muerte misma enturbia la alegría profunda del cristiano. Los antiguos, ¡cómo la temían! ¡La gran derrota! En cambio, para el cristiano no es la derrota, sino la victoria: el momento de ver a Dios. Esta vida se nos ha dado para buscar a Dios, la muerte para hallarlo, la eternidad para poseerlo. Llega el momento en que, después del camino, se llega al término. El hijo encuentra a su Padre y se echa en sus brazos, brazos que son de amor, y por eso, para nunca cerrarlos, los dejó clavados en su cruz; entra en su costado que, para significar su amor, quedó abierto por la lanza manando de él sangre que redime y agua que purifica (cf. Jn 19,34).



Si el viaje nos parece pesado, pensemos en el término que está quizás muy cerca... Y al pensar que el tiempo que queda es corto, apresuremos el paso, hagamos el bien con mayor brío, hagamos partícipes de nuestra alegría a nuestros hermanos, porque el término está cerca. Se acabará la ocasión de sufrir por Cristo, aprovechemos las últimas gotas de amargura y tomémoslas con amor.



Y así, contentos, siempre contentos. La Iglesia y los hogares cristianos, deben ser centros de alegría; un cristiano siempre alegre, que el santo triste es un triste santo. Jaculatorias del fondo del alma, contento, Señor, contento. Y para estarlo, decirle a Dios siempre: «Sí, Padre». Cristo es la fuente de nuestra alegría. En la medida que vivamos en Él viviremos felices.



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 Vocación, Misión de Vida    
 V4 Cada hombre tiene una misión, misión divina que cumplir, ya sea sacerdocio, matrimonio, trabajo manual, en que cada uno trabaja con la perfección del que hace una obra divina que tiene proyección eterna. 

V4 Cada uno de nosotros tiene una vocación especial y no hay dos que tengan la misma vocación. La vocación no se dará a conocer únicamente por el puesto que uno tiene en la vida sino también por la iluminación y estímulos de la gracia que da Dios en las secretas moradas que tiene en el alma. La perfección consistirá en realizar estas vistas divinas: cumplir la voluntad de Dios. El fervor se manifiesta por el cumplimiento mandamientos, pero no consiste en cumplimiento, sino en fervor y caridad como principios de acción (la buena voluntad). 

V4 Cumple tú la misión que te ha sido confiada, tu pequeña misión, la que sólo tú puedes cumplir; tú solo en toda la creación puedes llenar esa misión. Si no la realizas quedará sin hacerse, ¡tu misión!, misión de generosidad. 

V4 Junto a Cristo estamos llamados a luchar como oficiales, juntos con los confesores y mártires, cada cual a su modo, según su profesión y capacidad. Cada uno esté firme en su puesto y busque su trabajo y su método que cuadre a su misión y a su tiempo. ¡¡No espere inútilmente avisos y que le den un programa hechito!! 

V4 La misión del universitario es la del estudioso que traduce esos ideales grandes del hombre de la calle en soluciones técnicas, aplicables, realizables, bien pensadas. 

V4 La vocación divina es como un aguijón que puncetea y no deja descansar, persigue. A veces en el fondo del alma habla en forma inconfundible. 

V4 La vocación es una elección gratuita de Dios. No basta ser una persona virtuosa para pensar que sus virtudes han de terminar necesariamente en el sacerdocio. 

V4 Mi generosidad: desplegar todas mis capacidades. Mi responsabilidad: mi obra, la que Dios espera de mí, no puede hacerla nadie. Cada uno su obra, ¡hasta el tonto! 

V4 Por consiguiente si yo por capricho no sigo la vocación que Dios me había reservado, como el medio más proporcionado a mi salvación, me expongo contrariando los designios de Dios sobre mí a romper esa cadena de gracias especiales que habrían sido el premio de mi fidelidad. 

V4 Que cada día sea como la preparación de mi muerte, entregándome minuto a minuto a la obra de cooperación que Dios me pide, cumpliendo mi misión, la que Dios espera de mí, la que no puedo hacer sino yo.  
  

 
     
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El juicio propio

En los tiempos en que la Teología floreció con su máximum de savia y energía, se cuenta que un doctor de los más eminentes —tras persuadir a muchos corazones renuentes y haberlos removido de su negro recelo; tras subir hacia lo alto de las glorias del cielo por sendas muy extrañas de él mismo insospechadas que sólo a almas muy puras estaban destinadas— como un hombre en las cumbres del vértigo y el pánico se puso a gritar ebrio de un orgullo satánico:


“¡Jesusito, a qué alturas te llevé, criatura: mas, si hubiera querido desarmar tu armadura, hoy tu irrisión sin duda igualaría a tu gloria y no serías, al cabo, más que un feto en la historia!” Al decirlo, en el acto la razón se le fue, nublóse el resplandor de ese sol ya sin fe; todo el caos rodó dentro de su conciencia, templo otrora notable por su orden y opulencia y en el que tanta pompa luciera su oropel. El silencio y la noche se instalaron en él igual que en una cripta con su llave perdida. Desde entonces anduvo como bestia en la vida y cuando por los campos del mundo se alejaba sin distinguir el tiempo ni saber donde estaba, sucio, inútil, ridículo, grotesco vagabundo, era el hazme reír de los niños del mundo.

(Charles Beaudelaire, Punición del orgullo;

El juicio propio es el apego desordenado al propio parecer, a la opinión personal y a las valoraciones subjetivas. Encontramos este defecto en el fondo de todos los vicios de la inteligencia (desde la rebeldía hasta la herejía), pero se distingue de los demás defectos intelectuales. No se confunde con la curiosidad (que nos lleva a los conocimientos inútiles), ni con la necedad (que juzga de todo con criterios mundanos), ni con la ignorancia (que es carencia de un conocimiento obligatorio), ni con el embotamiento (propio de las inteligencias superficiales y poco profundas). En todo caso, tiene estrecha relación con la “ceguera mental” (caecitas mentis) de la cual el juicio propio es causa.


Hay dos modos de juicio propio


Uno negativo, que es típico de los cortos de entendimiento, quienes, por eso, son faltos de prudencia y no pueden discernir el valor de sus propios pareceres; no saben dudar de sí mismos ni de la falacia de sus convicciones. Pero si estas personas trabajan en la humildad, pueden alcanzar la docilidad suficiente para dejarse guiar por otros.


En cambio, el juicio propio positivo es el causado por la soberbia intelectual. De éste hablamos principalmente aquí (aunque algunas cosas serán comunes al primero). El juicio propio “nos da tal confianza en nuestra razón y propio juicio que ya no nos agrada consultar a los demás, especialmente a nuestros superiores, ni buscar luz mediante el atento y discreto examen de las razones que contradicen nuestra manera de ser. Tal conducta nos hace cometer graves imprudencias que se expían dolorosamente. Nos hace también cometer grandes faltas de caridad en las discusiones, tener terquedad en los juicios, y desechar todo aquello que no cuadra con nuestra manera de ver. Tal conducta podría llevarnos a negar a los demás la libertad que reclamamos para nuestras opiniones, a no someternos, sino en parte y de mal talante, a la dirección del supremo Pastor, y aún a atenuar y rebajar los dogmas, con pretexto de explicarlos mejor que lo que se ha hecho hasta ahora”.


Puede llevarnos a oponer nuestros juicios a los juicios de Dios. Por eso el Profeta Isaías nos advierte, en nombre de Dios, que nuestros pensamientos y los divinos pueden ser muy distintos:


Deje el malo su camino, el hombre inicuo sus pensamientos,
Y vuélvase a Yahveh... Porque no son mis pensamientos
Vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis
Caminos —oráculo de Yahveh—. Porque cuanto aventajan los
Cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los vuestros y mis
Pensamientos a los vuestros (Is 55,7-9).


Algunos ejemplos de juicio propio son: el que nunca pide consejo a quien sabe más que él, el que pide consejo teniendo las decisiones ya tomadas, el que desprecia la dirección espiritual o es negligente para hacerla, el que desprecia el consejo ajeno, el que no acepta de buen grado las correcciones, el que discute de modo sistemático (al menos interiormente) las órdenes de los superiores, el que defiende con terquedad sus opiniones en cosas discutibles, el que no cambia sus puntos de vista cuando le demuestran sus errores, el que subjetiviza todo, juzgando desde una perspectiva parcializada, el que forma sus juicios a partir de las pasiones que lo dominan, el que toma decisiones sin desafectarse de los gustos o miedos que lo condicionan (típico caso es la “elección de estado” o “vocación” realizada cuando aún “el ojo de nuestra intención” no es “simple”, es decir, no cuando es elegida puramente para alcanzar el fin para el que hemos sido creados, sino “ordenando [y] trayendo el fin al medio” en lugar de llevar “el medio al fin” ).



En fin, el que San Ignacio caracteriza como “voluntad de segundo binario”, que hace su propio parecer, pero tratando de convencerse de que eso es lo que Dios quiere: “de manera que así venga Dios donde él quiere, y no determina de dejar [la cosa a la que El hombre de juicio propio se caracteriza por la pertinacia en sus puntos de vista. Aristóteles lo llama hombre “de juicio fuerte” y “de juicio o sentencia personal”.



La tenacidad (con la que no debemos confundir al juicio propio o pertinacia), es, por el contrario, virtud; y quien la posee es firme ante los embates de las pasiones, pero es dócil intelectualmente cuando se le muestran las razones contrarias. El pertinaz es terco, no obstante se le demuestre su error o, a pesar de que la persona que lo corrige tenga autoridad doctrinal para hacerlo; como aquél que decía “a mí con razones no me van a convencer”. Si bien encontramos cierto grado de juicio propio en la mayoría de los problemas psicoespirituales, emerge con una energía singular en la personalidad narcisista95. El narcisista gira sobre sí mismo y sus juicios personales son el punto de vista con el que mide todas las cosas.


Ordinariamente —a la corta o a la larga— provoca el rechazo de sus semejantes. Es un modo del complejo de superioridad. La idealización de sí mismo que supone este modo de ser, evidencia, en realidad, la poca capacidad de autoconocimiento objetivo del narcisista (no hay peor carencia intelectual que el desconocer los propios límites), o el rechazo de la verdad sobre sí mismo (mecanismo de defensa por negación). Se da a menudo entre personas hipermimadas y superprotegidas (que llegan a creerse realmente el centro del universo —al menos del entorno en que ellos se mueven—);también entre quienes han sido (o se han creído) rechazados, abusivamente criticados, los cuales actúan así como reacción insana (dando origen a lo que Van den Aardweg llama “el niño quejoso”, actitud básica de todas las formas de neurosis).


El verdadero narcisista es muy difícil de ayudar, pues sus mecanismos de resistencia son muy fuertes. Algunos califican de “reservado” al pronóstico sobre su mejoría. En todo caso, cualquier ayuda efectiva pasa por enseñarle a ser más objetivo y realista sobre sí mismo, por la corrección (¡ardua!) de sus principales cualidades negativas (egocentrismo, arrogancia, tendencia a reclamar admiración o atención especial), por la aceptación de las propias fallas y límites, por el aumento de su tolerancia al fracaso (es decir, encontrarle sentido espiritual del dolor) y lo que los autores espirituales llaman “práctica del olvido de sí mismo”.



Volviendo al juicio propio, considerado más generalmente, digamos que su raíz pasional se encuentra en el orgullo o amor propio, que aquí se manifiesta como amor de algo muy propio: el tener razón o guiarse por el propio parecer. Esta pasión actúa como ya vimos que lo hacen todas las pasiones: monopoliza todo el campo de la atención sobre su propio juicio, y aplica a la justificación de su parecer todas las fuerzas de su razón (los argumentos del que tiene juicio propio llueven uno tras otro, como puñetazos de loco).


En esta emoción se ve muy claro porque, precisamente, es una pasión que se manifiesta como actuación viciosa de la razón El juicio propio es una manifestación del orgullo en su forma de afán enfermizo de superioridad. Y vale la pena indicar que no es sólo la espiritualidad cristiana sino la misma psicología (cuando no está contaminada por teorías enfermizas) la que señala el rol destructivo del orgullo. A este respecto se puede mencionar la afirmación de Alfred Adler, quien atribuía a la voluntad de poder el ser una patología central, madre de muchas conductas que tienen en común el afán de imponer la propia superioridad, y lo señalaba como el centro del carácter neurótico.


La necesidad de luchar contra el juicio propio ha sido puesta en relieve por todos los grandes maestros de la espiritualidad. San Ignacio habla del juicio propio como un “camino incierto y peligroso”; y San Juan de Ávila lo considera “derramasolaces”, es decir, aguafiestas, y señala entre sus efectos: “enemigo de la paz, juez de sus mayores, padre de la disensión, enemigo de la obediencia, ídolo puesto en el lugar santo de Dios”. Y por eso exhorta: “Otra y otra vez les encomiendo que lo derriben, y reine Dios por fe en él [entendimiento] muy confiados que lo que sus mayores les mandan es la voluntad del Señor”.


Del juicio propio se pueden seguir muchas consecuencias importantes:


(a) San Ignacio, en sus cartas, señala algunas generales, como: las complicaciones que trae a la obediencia (deja de ser alegre, confiada, pronta), engendra descontento, pena, murmuraciones, excusas. Suele también esclavizar como hace con los escrúpulos “que procede(n) de nuestro juicio propio y libertad”, dice el mismo santo. Otras veces produce engaño. Y además hace precipitar en el pecado, como escribe San Juan de Ávila:


“¡Cuántas veces os ha acaecido, por asomaros a una ventana, caer en un pecado, porque os asomasteis por seguir vuestro parecer; cuántas otras en otros pecados por regiros por vuestra cabeza”.


Y también dice este santo:


“Si no conoces el bien que es el no regirte por tu parecer y que no se haga lo que tú quieres, castigarte ha Dios con darte lo que a ti te parezca que te está bien, y pensarás que es misericordia, y será castigo”.


(b) Pero hay otras consecuencias más graves todavía, como son: el producir la ceguera del entendimiento, como ocurrió con los fariseos y enemigos de Cristo, que fue un caso extremo de juicio propio. Escribe Garrigou-Lagrange: “La ceguera espiritual es un castigo de Dios que retira su luz por los muchos pecados reiterados; y es además un pecado por el cual nos volvemos de espaldas a la consideración de las divinas verdades, anteponiéndoles el conocimiento de aquello que satisface nuestra pasión y orgullo”. Además, produce lo que San Juan de la Cruz llama “espíritu de entender al revés”, que es un paso más allá de la ceguera; ya no es no ver, sino ver equivocadamente y, por haber seguido siempre el propio parecer, entender las cosas del modo contrario a lo que son, como los enemigos de Cristo que veían que sus milagros manifestaban un poder divino, y juzgaban que su causa era diabólica. Lleva también a los pecados contra la fe, como la herejía y la apostasía. E incluso cierta autodivinización, como testimonia nuevamente alguna rama de la psiquiatría contemporánea. Los remedios para este mal tan grave deben ser firmes y extremos.


(a) El primero es la humildad, que es lo contrario de la soberbia de la cual nace el juicio propio. Esta humildad ha de ser general.


(b) Pero además debe manifestarse de un modo propio: como docilidad; es decir, dejarse enseñar, dejarse corregir, y asumir lo que se nos enseña (porque también el orgulloso a veces escucha —con rencor— pero no acepta interiormente lo que se le dice). Hay que ser siempre discípulos, porque eso es lo que somos respecto de Dios, el cual, para nuestro bien a veces nos da lecciones por medio de los niños y de los torpes.


(c) Hay que practicar también el desapego material, porque luchar contra el juicio propio es una forma de desapego respecto de nuestros pareceres, y ayuda mucho el tener el hábito practicado en otros campos para poder ejercerlo en éste que es más difícil.


(d) Ciertamente también la obediencia humilde, que es la virtud que suele aborrecer con más fuerza el hombre de juicio  personal. En un religioso esta virtud es su máxima defensa contra este vicio.


(e) El espíritu de fe; es decir, no ver las cosas a partir de nuestros pareceres sino según el parecer de Dios, de la Palabra de Dios. Hay que acostumbrarse a juzgar según el criterio de la divina Providencia y de Dios como Rector último de todos los acontecimientos de la historia humana; esto evitaría muchos yerros





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“Cuando nos convertimos en nuestros peores enemigos”







“Si miras dentro de tu propia vida (especialmente cuando vas cumpliendo años) podrás descubrir que una de las cosas más importantes de las cuales nos damos cuenta en el proceso de maduración, es que la causa de muchos, si no de la mayoría, de nuestros problemas, somos nosotros mismos. Cuando las cosas van perdiendo sentido, a menudo es porque nosotros no le dimos sentido a las cosas.


 Puede ser un consuelo saber que ésta es una experiencia común a todo ser humano. Uno encuentra, aún en las vidas de los santos, la tendencia a crearse problemas a uno mismo. Aún los santos, esas personas tan especiales, al igual que nosotros, causaron muchos de sus propios problemas. Pocos hay exceptuados de haber sido sus propios enemigos, al menos por un tiempo. Los santos, los pecadores, los personajes bíblicos, incluso las celebridades modernas, todos podrían reunirse bajo un gran estandarte que diga:


‘Hundamos nuestro propio barco’. Éste es uno de los más obvios y universales signos del pecado original, que con una serie de movimientos premeditados, considerados atentamente, prudentemente estudiados, y llevados a la práctica con gran solicitud e incluso habiendo rezado, hundimos nuestro propio barco, santos y pecadores por igual. En muchos casos, basta con ser un poquito pecador para convertirse en el peor enemigo de uno mismo. Aunque esto no es absolutamente necesario. Puedes hacerlo aún en el caso que seas devoto, entonces lo harás un poquito más piadosamente. Todos podemos decir con bastante convicción que ‘hemos encontrado al enemigo: nosotros mismos’”. Y señalo algunos de los modos en que ejecutamos esta auto-destrucción de nosotros mismos, teniendo de referencia las notas de Groeschel.

a)    El primer modo tiene lugar cuando dejamos de caminar según los criterios de la fe y del sentido común (de ambos, pues se complementan: la fe supone el sentido común y lo eleva al sentido común sobrenatural, que es, precisamente, lo que indica el criterio de fe). Groeschel llama a este modo de actuar “fenómeno Titanic”. El Titanic no tenía suficientes botes salvavidas, y, sin embargo, sobraron al menos doscientos lugares sin ocupar cuando aquél se hundió. El motivo: a pesar del agujero hecho por el iceberg, muchos dijeron: “Éste es un gran barco; no puede hundirse”; y es probable que otros —o esos mismos— hayan pensado que pocas horas más tarde, cuando hubiesen arreglado el problema, habrían tenido que volver a subir al barco humillados y sintiéndose ridículos por haber mostrado miedo; y así prefirieron quedarse en cubierta, contra todo sentido común.

b)   “Otra forma efectiva de hundir el propio barco —dice Groeschel— es negar el peligro evidente y caminar hacia él. En psicología hablamos de mecanismos de defensa, modos inconscientes de deformar las realidades con las cuales creemos no poder lidiar. Considera, por ejemplo, al profesional exitoso que fuma dos paquetes de cigarrillos por día. Le han dicho miles de veces: ‘Eso es muy peligroso para tu salud’. Y él responderá: ‘Sabes, Golda Meir solía fumar dos paquetes diarios y vivió hasta los setenta’. Este fumador empedernido ignora —o quiere ignorar, añadimos nosotros— el ejército de personas que fumaron dos paquetes diarios y ni si quiera llegaron a los cincuenta. Todos negamos los peligros evidentes”.

c)    El tercer modo de convertirnos en nuestros peores enemigos es dejar de pensar en la vida eterna. Cito textualmente a nuestro autor: “La falla en ordenar nuestro comportamiento respecto a nuestra meta eterna y lo que nuestro Dios ha señalado como propósito para nuestra vida, nos convierte en los necios de los que Cristo habla en sus parábolas. Para evitar la auto-destrucción, deberíamos ordenar nuestras vidas en vistas a la eternidad. No digo que todos deban entran en un monasterio. Es una vocación particular. Pero digo que, en cualquier cosa que hagamos, no importa lo que otros puedan decir, deberíamos vivir cada día conscientemente y con un propósito que ayude a nuestra salvación eterna. Un ejemplo puede servir. He escrito las cartas de dispensa para más de 180 sacerdotes. Debo tener el récord mundial al respecto; es parte de mi trabajo. Algunas veces estos hombres tenían que irse. Era el único camino honesto y moralmente bueno que les quedaba. Pero al terminar nuestras entrevistas siempre les decía a estos sacerdotes: ‘cualquier cosa que hagas, hazlo para tu salvación eterna. Tal vez nadie más lo pueda entender, pero da este paso para tu salvación. Trabaja en tu vida espiritual’. Muchos me miraban sorprendidos cuando les decía esto, porque en nuestra sociedad la salvación está cerca del puesto noventa y nueve entre las cosas importantes. Aún cuando es la única tarea que se presenta ante nosotros que durará para siempre. Nuestro Señor lo dice muy claramente: Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? (Mc 8, 36).

Claramente, uno de los caminos más rápidos hacia la auto-destrucción es fallar en estructurar la vida en orden a la salvación eterna”. Otro de los caminos para auto-destruirnos es “ir contra Dios” y “acomodarnos al mundo”. “Otro camino muy popular hacia la auto-destrucción consiste en ser indulgentes con nosotros mismos en cosas que están prohibidas. Conocí a muchos que decían que realmente quisieran cumplir con la voluntad de Dios y ser tenidos como cristianos, pero... y entonces venía la excusa. Por supuesto que todos pecamos, y a menudo, sea por nuestra debilidad, sea por la concupiscencia, sea por falta de fuerzas, o por confusión. Podemos incluso, en un momento de estupidez, pecar con deliberada voluntad. Pero, permanecer en un estado que uno sabe es contrario a la ley de Dios, consciente y deliberadamente, es abrir las puertas al desastre. Eso no es otra cosa que el propósito de seguir pecando. Hay otras admoniciones en el Nuevo Testamento, especialmente las de Nuestro Señor y las de San Pablo, aconsejándonos a no conformarnos con el espíritu del mundo. Conformarse con el mundo en desintegración es el mensaje contenido en muchos de los medios de comunicación del sector secular e incluso de instituciones religiosas. No os acomodéis, dice San Pablo, al mundo presente (Rom 12, 1), porque el que siembre en su carne, de la carne cosechará corrupción (Gal 6, 8). Si hay algo obvio en el Nuevo Testamento es que, comprometerse con los principios del mundo, no sólo es traicionar a Dios, sino renunciar a la propia causa, y atraer sobre uno mismo toda clase de desastres, no por parte de Dios sino de uno mismo”.

d)    La quinta manera “muy eficaz de destruirse a uno mismo es mantener vivo todo tipo de sentimientos de rencor (...) Si quieres vivir de los resentimientos y sentimientos de rencor, tendrás una dieta muy *antisaludable por el resto de tu vida, puro colesterol ecológico. ¿Cuánta gente gasta gran parte de sus energías en lamentarse, llorar, estar tristes o volviéndose literalmente locos por vivir con resentimientos hacia quienes de algún modo les han fallado? Sí, la gente nos falla. Algunos ni siquiera saben que nos fallaron; a otros no les importa habernos fallado. Algunos están tan preocupados con sus propios problemas, que ni siquiera saben lo que hacen. Y a alguno ni les interesa. El lema de los seguidores de Cristo debe ser: ‘Sigue adelante. No mires atrás’. Si nuestro Señor Jesucristo hubiera sido de los que se preocupaban por sus propios sentimientos heridos, ninguno de nosotros hubiese sido salvado. Misericordiosamente, Dios no nutre ningún sentimiento de rencor. Para nuestro bien espiritual, como también psicológico, debemos perdonar a aquéllos que nos han ofendido”.

e)    Finalmente, señalo, entre los modos de perjudicarnos que menciona Groeschel en el lugar arriba indicado, el hacer cosas que sabemos nos perjudican. En psicología, este comportamiento se denomina “agresión pasiva” (aunque el término también se usa para otros modos de agresión). Hacemos lo que sabemos nos hace mal, o dejamos de hacer lo que sabemos que es necesario para nuestra salud física, psicológica, espiritual y sobrenatural. Sabemos que si comemos determinadas cosas nos haremos daño; sabemos que si manejamos con sueño o demasiadas horas, arriesgamos la vida; sabemos que si no cumplimos lo que el médico nos ha dicho, dañaremos nuestra salud; sabemos que si no cuidamos lo que vemos por televisión, lo que leemos en los diarios y lo que miramos en Internet, corremos el serio riesgo de perder la misma salud mental; sabemos que si no llevamos una vida equilibrada terminaremos con la cabeza humeando; sabemos que si no cultivamos nuestra vida espiritual y examinamos nuestra conciencia no podremos perseverar en la virtud…


Sabemos todo eso; y, sin embargo, muchos de nosotros obramos contra lo que sabemos. Ésta es una forma larvada de (estúpido) masoquismo. He aquí, pues, algunas de las causas por las que muchos padecen serios problemas afectivos o desequilibrios en su personalidad. Porque…No siempre los enemigos vienen de afuera.

 

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La Dra. María Ana Ennis sintetiza el equilibrio humano en tres ecuaciones:  

 

1.     Lo que el hombre es “es igual” a lo que cree ser (es decir, percibe adecuadamente su realidad).

2.     Lo que él es “es menos” de lo que quiere ser (o sea, su ideal lo trasciende, dándole un impulso de elevación).

3.     Lo que quiere ser “es igual” a lo que debe ser (por tanto, aspira a algo real, objetivo; no es utópico ni iluso)


 
  

Así,  La “madurez” y el “equilibro” equivalen,  a mantener la independencia respecto de cinco modos de dependencia:




a)    Independencia de la aprobación de los demás: de la recompensa o del castigo que se espera cosechar del prójimo. Hay muchos que tienen dependencia de este tipo de aprobación; para ellos está “bien” lo que despierta cariño en los demás y está mal lo que produce rechazo, desaprobación. Esta dependencia entraña el riesgo de “ser manipulado” y quita o limita la libertad.


b)    Independencia de la aprobación de personas determinadas. Porque hay quienes no se interesan tanto de la aprobación general sino de las reacciones —favorables o desfavorables— de algunas personas determinadas (un superior, un jefe, un amigo, un novio, etc.). Una dependencia particularizada comporta el peligro de estar sometido o ser manejado por afectos particulares, de rendir culto a personas particulares, de ser arrastrado al sectarismo, etc.  



c)     Independencia de los valores establecidos por la sociedad. Esto libera de la esclavitud de la moda, de las reglas aceptadas por la masa social, que muchas veces reflejan criterios de manipulación masiva.
  

d)    Independencia de la aprobación del propio estado anímico. Pues la dependencia de las propias sensaciones y estados emotivos (es decir, del “cómo nos sentimos” después de algún acto determinado), es también muy peligrosa (el alcohólico se siente mal cuando no puede beber y bien cuando está bebiendo). El peligro, cuando falta este tipo de independencia, es el riesgo de la adicción (droga, alcohol, sexo, juego, etc.).


    e)    Independencia de falsas condiciones a la hora de elegir el bien. Es decir, capacidad de hacer el bien porque está bien o porque es necesario, o conveniente, o prudente hacerlo (lo que responde a lo que la doctrina clásica llamaba bonum honestum: el bien digno de ser elegido o amado por sí mismo). Es libertad de cualquier condicionamiento externo, ya sea la utilidad del bien (hay que estar dispuestos a hacer cosas que no producen provecho pero que son necesarias, como los sacrificios personales), del deleite que causen o incluso al margen de la actitud de los demás (a diferencia de quienes —al no tener esta independencia— sólo actúan “si los demás” también lo hacen; por ejemplo quienes están dispuestos a pedir perdón si los otros también lo hacen, o a obrar como corresponde si los demás también empiezan a hacerlo; son los esclavos del “si el otro no, yo tampoco”).

En este sentido, libertad (entendida como acabamos de presentarla) y madurez se equiparan, pues libre es quien se mueve a sí mismo al bien, el que no necesita que lo empujen, que lo manden; quien tiene iniciativa para ser bueno, virtuoso y santo. Lo expresó en un texto destacable Santo Tomás de Aquino:

“Libre es quien es causa de su propio actuar; siervo quien tiene por causa de su actuar a su amo. Por tanto, quien obra por propia decisión, obra libremente;
quien lo hace movido por otro, no obra libremente. Así, aquél que evita lo malo,
no porque es malo, sino porque Dios lo manda, no es libre;
pero quien evita lo malo porque es malo, ése es libre.
Esto lo hace el Espíritu Santo, que perfecciona interiormente al alma por el hábito bueno, de modo tal que se abstiene del mal por amor, como si lo preceptuara la ley divina; y por tanto se dice libre, no porque no se someta a la ley divina, sino porque se inclina por los buenos hábitos a hacer lo que la ley divina manda”.



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Hambre y sed de justicia


Conferencia de 1946, sobre el orden social cristiano
(San Alberto Hurtado)


Dos tipos de problemas atañen continuamente al católico. Un grupo de ellos mira a su vida interior: como miembro de la Iglesia tiene una fe que conservar, un dogma que conocer, mandamientos que observar, una llamada espiritual que alimentar. El otro, como miembro de una sociedad terrestre debe cumplir sus deberes con el Estado y sus conciudadanos, y como ciudadano cristiano debe poner de acuerdo las exigencias de su conciencia social con las de su conciencia religiosa.

El primer problema es ciertamente el de su vida interior: de allí y sólo de allí ha de venir la solución, la fuerza de dinamismo para enfrentar los grandes sacrificios: El mundo no será salvado por cruzados que sólo llevan la cruz en su coraza... El mundo no necesita demostradores sino testigos.







Las exigencias de nuestra vida interior no llegan sólo a los mandamientos que miran únicamente a nuestra moral personal o familiar... Todo eso está en pie, pero que quede bien claro que no podemos llegar a ser cristianos integrales si, dándonos por contentos con cierta fidelidad de prácticas, nos desinteresamos del bien común, si profesando de la boca para fuera una religión que coloca en la cumbre de las virtudes la justicia y la caridad no nos preguntáramos constantemente cuáles son las exigencias que ellas nos imponen en la vida social.

Cuando una sociedad se paganiza profundamente como sucede a la nuestra, no hay que contentarse sólo con rechazar el mal en abstracto, sino que hay que reconocerlo en casos concretos que es más difícil. El ambiente fomenta la tentación de desertar al espíritu para adherir a lo material.

El católico ha de ser como nadie amigo del orden, pero éste no es la inmovilidad impuesta desde fuera, sino el equilibrio interior que se realiza por el cumplimiento de la justicia y la caridad. No basta que haya una aparente tranquilidad obtenida por la presión y la fuerza, es necesario que cada uno ocupe el sitio que le corresponde, conforme a su naturaleza humana, que participe de los trabajos, pero también de las satisfacciones comunes.

Para conocer cuál sea este equilibrio interior tenemos una luz que es la de nuestra razón natural, luz poderosa que nos pone en contacto con la verdad; pero tenemos además, una luz más clara, la de la revelación cristiana, que sirve de supremo principio orientador. Estos principios de la revelación, la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo, los aplica a los casos concretos, a las circunstancias en que vivimos.

Los sacerdotes podemos, como Judas, traicionar la causa de Jesús, y lo haríamos cada vez que no lo defendiéramos en el terreno en que es atacado. No debe haber ninguna razón que nos autorice a callar: ni el temor de amedrentar a quienes quizás debemos muchos servicios, ni la timidez frente al poder, ni el peligro de ser mal interpretado.

Predicar sólo la resignación y la caridad frente a los grandes dolores humanos sería cubrir la injusticia. Resignación y caridad hemos de predicarlas siempre, pero simultáneamente el deber de luchar, con todos los medios justos, para obtener la justicia.
Éste es el aspecto religioso del problema social, que es casi imposible predicar el evangelio a estómagos vacíos. Un obispo con cristiana prudencia decía: «No prediquéis demasiado la virtud a menos que por las circunstancias en que viven vuestros oyentes les sea fácil practicarla». En esto no había hecho sino seguir a santo Tomás que exigía una cierta cantidad de bienes materiales para practicar la virtud.

El alejamiento obrero de la vida religiosa obedece en gran parte a su preocupación absorbente por la lucha por la vida. Lo primero que les interesa a ellos es cómo dar de comer a sus hijos y a su mujer, cómo luchar contra el alza incesante de la vida, cómo asegurarse una relativa tranquilidad en la vejez que se les viene encima.

Las preocupaciones religiosas les parecen entonces desligadas de la vida cotidiana, la única que ellos llaman vida real. Si entonces le apareciera la Iglesia hablándoles del cielo, realidad por ellos desconocida, pero hablándoles también de la tierra, que es la única que ellos conocen y aprecian, el apostolado cristiano tendría un éxito muy diferente. Los prejuicios de que la Iglesia se desentiende de sus problemas desaparecería.

La acción social merece bien la ayuda entusiasta de todos los católicos: ya que su fin último es restablecer, sin revoluciones ni trastornos, sino por la aplicación valiente y sostenida de todos los medios legítimos, la armonía del plan providencial en la sociedad que nos rodea. Una acción social así concebida tiene a Dios por aliado. El éxito final le pertenece.



San Alberto Hurtado.

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"La Inestabilidad Afectiva"

según (Miguel Ángel Fuentes)



La “inestabilidad afectiva” es la variación frecuente de estados de ánimo sin razones de peso. No me refiero tanto a la “ciclotimia” propiamente dicha, o psicosis maníaco-depresiva, o trastorno bipolar, ni a la personalidad borderline o trastorno “límite”. A menudo tenemos que lidiar más bien con episodios leves o menos graves de variaciones en el humor, que podrían controlarse con un trabajo serio sobre la afectividad y la voluntad (al menos con la ayuda de un buen director espiritual), y que por renunciar a ejercer este imperio, la persona pasa de la alegría a la tristeza, de la serenidad a la depresión, y del pozo de su angustia a una euforia superficial y poco duradera. Es claro que la falta de trabajo espiritual en este plano puede terminar por desencadenar un trastorno más grave.



El inestable es una personalidad fluctuante. Pasa con relativa facilidad del entusiasmo al desaliento, de las “cumbres” a los “pozos”, de las euforias a los enojos. Ésta es una personalidad altamente emotiva, pues, precisamente, las emociones son las que controlan sus estados anímicos. Y, como los afectos son cambiantes, todo es arrastrado con sus cambios. Es un hombre cuyo hilo histórico se llama capricho; como aquel personaje del que se ha escrito:
 “Durante años, Dorian Gray no pudo librarse de la influencia de aquel libro. O quizá sea más exacto decir que nunca trató de hacerlo. Encargó que le trajeran de París al menos nueve ejemplares de la primera edición en papel de gran tamaño, con márgenes muy amplios, y los hizo encuadernar en colores diferentes, de manera que se acomodaran a sus distintos estados de ánimo y a los cambiantes caprichos de una sensibilidad sobre la que, a veces, parecía haber perdido casi por completo el control”. (Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray).
Esos cambios suelen darse, incluso, en forma explosiva, súbita; no gradual. En poco tiempo, o, a veces, a raíz de un simple episodio (por ejemplo, la negación de un capricho, una noticia contradictoria, etc.), pasan de la euforia al abatimiento. En esto actúan de modo semejante a los niños que brincan con un regalo y en cuestión de minutos patalean ante un reto. Lo cual muestra que es un problema de inmadurez e infantilismo.


 No debemos exagerar tampoco esta dificultad. Siendo los afectos un componente fundamental de nuestra vida, y siendo éstos, como hemos dicho, cambiantes por naturaleza (afectables a veces hasta por razones ajenas a nosotros, como el clima, los cambios estacionales, la debilidad física, etc.), no podemos pretender una estabilidad absoluta ni siquiera en una persona “normal”.  

Pero esta fluctuación a la que todos debemos hacer frente, se mantiene en una franja de altibajos relativamente estrecha, aceptable y dominable, a veces sin esfuerzos heroicos (y otras con esfuerzos más grandes), pero siempre al alcance de nuestras energías.

Cuando la franja de los altibajos se hace más amplia, pasando de alegrías “desproporcionadas” a “bajones” igualmente exagerados, columpiándose entre el arrebato y el desaliento, estamos ante un problema que puede ser serio... Y cuando esto acaece con cierta asidua reiteración —y con picos de euforia y de vacío—, podemos estar ante una personalidad borderline (límite).

En este punto, la característica más notoria de esta conducta es la impredecibilidad de los estados anímicos. Uno de los caracteres que mejor tipifican este problema es la “persona caprichosa”. El perfil del caprichoso se puede describir con palabras del conocido psiquiatra Enrique Rojas, de la siguiente manera:  

“... No está dispuesto a renunciar a los deseos inmediatos, no tiene hábito para los esfuerzos concretos y frecuentes, lo quiere todo en el momento... No sabe negarse nada”. Esto no se hace de golpe; uno “se vuelve caprichoso poco a poco, no de forma momentánea, de hoy para mañana. Una persona acumula muchos factores: errores en la educación por parte de los padres, sobre todo si ha existido una protección excesiva; el consentimiento de absolutamente todo cuando se es pequeño; la falta de motivación para tener pequeños objetivos de lucha... y muchas veces, el mal ejemplo de los padres, que actúa como un potente deseducador; por otra parte, también influyen los fallos personales que ya se inician al final de la infancia y que van a ir escorando la conducta hacia posturas bastante negativas: una comodidad excesiva, seguir la ley del mínimo esfuerzo para las tareas escolares, la falta de generosidad en el día a día en la familia, la inapetencia, la pereza, la indolencia para tener orden en las cosas que se utilizan habitualmente... y un largo etcétera”.


En el caprichoso hay una constante mudanza; por dos motivos: no sabe bien qué es lo que quiere y no está educado en el valor de la renuncia. “El sujeto caprichoso es inmaduro, débil y posee una base deficitaria para cualquier trabajo serio que signifique fortaleza para poder vencer la resistencia de su desidia, apatía y dejadez. Esta persona no sabe que todo lo que tiene valor cuesta conseguirlo. Todo lo grande que el hombre alcanza es fruto de una tenacidad valiente”. De no cambiar con un serio trabajo sobre su carácter, se convertirá en “una personalidad pueril y arbitraria”; afectivamente “incapaz de construir un matrimonio [Rojas dice pareja] estable”, profesionalmente “no doblará el estrecho de Magallanes de sus verdaderas posibilidades”, y culturalmente “se caracterizará por una mediocridad donde la televisión y la ley del mínimo esfuerzo lo llenen todo”. Y culmina diciendo Rojas estas terribles palabras: “Los psiquiatras sabemos que corregir a una persona así puede llegar a ser casi imposible, salvo que se produzca un fracaso monumental, de gran envergadura, que despierte del letargo e ilumine el desastre de sus planteamientos. No es fácil salir de este estado y, al final, se pagan todos los errores juntos, hilvanados por el mismo hilo: el deseo vehemente de haber hecho siempre lo que apetecía, perdiendo la cabeza por seguir la ruleta de los estímulos inmediatos. El caprichoso debe iniciar el réquiem por vencerse en lo pequeño, por dominarse en las cosas de cada día; si no cambia, no hará en la vida nada que merezca la pena, pues irá tirando, que es la peor manera de funcionar”.


Los problemas concomitantes de este desorden que crea eternos adolescentes, o adultescentes, como se dice hoy, (o “kidult”: kid-adult), son la inmadurez, la falta de perseverancia (muy notable, pues ligan la permanencia en un propósito a su estado anímico alto; mientras que, cuando desaparece el tono alto, caen también las motivaciones para continuar en sus designios), tristeza e incluso depresiones. Son dependientes de sus estados anímicos y de sus sensaciones, sentimientos o percepciones del momento. Se entusiasman grandemente y se desilusionan más grandemente aún. Estas personas suelen ser hipersensibles; y, como tales, no sólo se duelen de la más pequeña  cosa sino que toman como dirigidas a ellas muchas acciones, palabras y gestos del prójimo que, en realidad, no han tenido intención de herirlas u ofenderlas o, tal vez, ni siquiera se han dirigido a ellas como blanco (a veces, sucede lo contrario: se sienten heridas por no ser tomadas en consideración por sus semejantes). También son sujetos superficiales, tornadizos y livianos:

“Yo soy un aturdido, un calavera...Todas mis emociones suelen ser muy fugitivas... Casualmente, anoche mismo volví a enamorarme” (Alarcón, El final de Norma).


Posibles soluciones:

Dejando fuera los casos propiamente patológicos, el remedio pasa por un trabajo serio de la inteligencia y de la voluntad, primero sobre sí mismas (son facultades reflexivas) y luego sobre el plano pasional. Este trabajo necesita ser realizado con la ayuda de un buen director espiritual, y, en algunas ocasiones con apoyo profesional (psicopedagogo, psicólogo o psiquiatra, según los casos).

Ante todo, hace falta un trabajo serio por parte de la inteligencia. Normalidad y salud mental equivalen a cordura, a realismo. Una persona que ve la realidad, que le puede tomar el peso y juzgarla como es verdaderamente, es una persona sustancialmente sana, que mantiene su equilibrio o puede recuperarlo prontamente al ser zarandeada por alguna adversidad. Los problemas afectivos serios implican una distorsión del juicio sobre la realidad.

El juicio realista que debe hacer la persona que quiera mantener su equilibrio (o el director espiritual que quiera ayudarla), contiene varios aspectos. Ante todo, debe ver que la realidad que nos rodea, es decir, el mundo en el que estamos, no es estable sino mudable, lleno de vanidad y caduco. No podemos pedirle seriedad al mundo, sino ponerla nosotros en él. No podemos tampoco ilusionarnos con lo que el mundo nos ofrece, porque éste es engañoso, y además, ninguna de las cosas que él puede darnos es capaz de satisfacer el apetito propiamente humano, que sólo Dios puede contentar.

Esta sana visión llevará al hombre a descubrir la bondad de las creaturas, pero no a ilusionarse con la falsa estabilidad de esa bondad, ya que éstas ni siempre serán buenas, ni siempre serán bellas, ni siempre serán jóvenes, como dice Fray Luis a la desilusionada que no lo tuvo en cuenta:

¡Ay! ¿yo no te decía:
“Recoge, Elisa, el pie, que vuela el día?”

De aquí que fácilmente sufran este disturbio emotivo las personas superficiales y crédulas, que a todo prestan fe, y los que carecen de discernimiento apropiado. Estas personas se entusiasman ante toda buena noticia sin cribarla para examinar cuánto de verdad hay en ella; y así, al ver sus expectativas desmentidas (como sucede a menudo), se sienten defraudadas, decepcionadas y pasan a la desesperanza.

El inestable se va de cabeza en los momentos de euforia porque cree tocar el cielo con las manos. Y cuando ve que el cielo está años luz de su cabeza, da con ella en el fondo de su melancolía creyéndose defraudado. Es un engañado, pero de sí mismo.

Este realismo es reforzado por la fe. El espíritu de fe es esencial a la estabilidad, pues ve el hilo firme que va debajo de los acontecimientos mundanos. Ve la mano de Dios, que hoy da y mañana quita, que prueba, que purifica; y lo hace sin resentimiento, como traduce Fray Luis el texto de Job: “no pecó, ni se enloqueció contra Dios”. Por el don de ciencia juzga de las cosas creadas como son. Y, ni desespera en la desgracia, ni se ilusiona falsamente en la prosperidad.
  
El espíritu de fe se manifiesta también en las reglas de discernimiento de espíritus que le ayudan a identificar y comprender las consolaciones y las desolaciones, que vienen de Dios,  y a obrar en consecuencia. Una de las virtudes principales que debe adquirir el tornadizo, es la fortaleza de ánimo, y, más específicamente, las virtudes potenciales de la fortaleza, que son la perseverancia y la constancia68.

  Nota:   
68 Me refiero fundamentalmente a las Reglas codificadas por San Ignacio
de Loyola en sus Ejercicios Espirituales, pero presentes de diversas maneras en la gran tradición espiritual cristiana (cf. Miguel Ángel Fuentes, La ciencia de Dios, San Rafael [2001], Tercera parte, cap. 2º, 205-250).




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Perdonar, una exigencia del Evangelio... Jesús en este punto es, sencillamente, contundente. Frente a las ofensas que recibimos de los demás, el Señor nos invita a dar una respuesta que, confesamos, nos sacude por dentro, muchas veces: ¡perdonar a tu hermano! No se trata de un consejito moral, que podemos seguir para andar por esta vida de buen rollito.

PerdónFrente a los problemas en mis relaciones con los “otros”, el Señor no me dice que “pase” sin más, como si nada hubiera ocurrido... Más bien se me pide que reconozca la ofensa recibida, en toda su dolorosa verdad, y que la perdone, imitando así a Jesús que continuamente me perdona y recibe.

Ha sido tal la importancia que el Señor ha dado a este precepto del Evangelio, que lo ha equiparado nada más, y nada menos, que al perdón de "mis pecados"... De hecho lo hacemos y pedimos cada vez que rezamos la oración del Padrenuestro:
“Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”

Siempre necesitamos perdonar

Pero, ¿cuántas veces? oimos o nos decimos: ¡si yo no tengo nada que perdonar!… Pero, lo cierto es que a lo largo de la vida hemos ido arrastrando cadenas de resentimientos, de culpas, de resquemores, que nos paralizan y frenan nuestro caminar en Cristo. Y nos amargan por dentro. Nadie ha recibido todo el amor, la aceptación y el cariño que ha necesitado en la vida,…Padres, hermanos, familiares, amigos, compañeros de estudio o de trabajo, etc., en algún u otro momento nos han herido u ofendido, no nos han valorado suficientemente, ni apoyado siempre que los hemos necesitado. Algunos incluso, movidos por la envidia u otro sentimiento negativo, nos han hecho daño a posta, aunque la mayoría de las veces las ofensas son más fruto de la tensión y el roce que puede producirse entre las personas, que de una intención premeditada.




Perdón¿Qué significa perdonar? Cuando hablamos del perdón a las ofensas, es conveniente clarificar que el acto de perdonar es, fundamentalmente, una decisión de fe que tomo en respuesta a la invitación de Jesús, y por mi propia sanación interior.

Y se trata de una decisión, no de un sentimiento o una emoción. Sobre emociones/sentimientos no siempre puedo ejercer el suficiente control. Quizás cuando recuerde la ofensa que me han hecho, siga experimentando esa herida interior: rabia, decepción, tristeza, etc. y, con frecuencia, no está en mí mano evitar sentir eso. Pero decidir, en sí mismo, es un acto libre de la voluntad; independientemente de mis sentimientos, puedo optar, en el nombre de Jesús, por perdonar a esa persona que me ha herido y me ha tratado sin amor.

Muchas personas tienen dificultades para seguir este precepto del Evangelio. Piensan que perdonar es una especie de injusticia que genera una situación de impunidad frente al mal cometido. Mal-Creemos que es un deber cristiano, y de nuestra propia autoestima, exigir la justa reparación del mal que se nos ha hecho. Sin embargo, no debemos olvidar que lo propio del perdón es su gratuidad, y no podemos pasarnos la vida esperando que esa persona reconozca, por fin, que nos ha hecho daño, para poder liberarnos nosotros mismos de la cadena del resentimiento.

Además, no siempre es posible la reparación del mal cometido porque ello depende de muchos factores, circunstancias de tiempo, lugar, etc. Así, por ejemplo, no podemos obligar a la otra persona a que tome conciencia del mal que nos ha hecho, y que quiera, según el caso, dialogar. En una situación ideal, cuando alguien nos pide que le perdonemos una ofensa, es, para un cristiano, un verdadero festín de alegría, que nos da la oportunidad de amar a esa persona y de reconciliarnos con ella directamente. Pero,  esta situación ideal no siempre es posible, porque tienen que coincidir dos voluntades y dos libertades, y debemos ser respetuosos de la voluntad y la libertad del otro como persona.


¿Cómo podemos perdonar?

La mejor forma de perdonar las ofensas, especialmente cuando no es posible el diálogo, es en la oración personal. Una forma de hacerlo es la siguiente:

1. Tomar conciencia de la presencia viva del Señor dentro de nosotros, en lo más profundo de nuestro corazón.

2. Reconocer las ofensas que hemos recibido, las heridas que nos han causado, las injusticias que hemos podido padecer en cualquier circunstancia de nuestra vida.

3. Perdonar, en forma específica, las ofensas recibidas. Hacerlo, como nos  enseña el propio Evangelio, en el nombre de Jesús:
“Yo, en el nombre de Jesús, perdono a X persona por haber hecho, dicho, o dejado de hacer…., lo cual me hirió y me ofendió, pero yo en el santo nombre de Jesús, decido en fe perdonarlo”.
4. Es conveniente pedirle al Señor bendiciones para la persona que nos ha ofendido, como una forma de identificarnos profundamente con Dios, que ama a esa persona y quiere lo mejor para ella.

5. Terminamos dando las gracias por haber recibido el don de perdonar a esa persona, y por las bendiciones que el Señor ha derramado en la oración.

Los frutos del perdón...

Los frutos que genera el perdón son, sencillamente, preciosos: una paz muy profunda, una alegría interior que nadie nos puede quitar, una nueva libertad para amar y entregarnos sin temor... Además, crecemos en autoestima personal, porque aprendemos a ser honestos con nosotros mismos, y a (por lo menos intentar ) amar incluso a aquellos que no nos aman...
¡Qué gran libertad!... Es por eso que algunos afirman, que el principal beneficiado del perdón es la persona misma que lo otorga, la cual queda liberada y sanada de ese sentimiento que de alguna manera generaba dolor y tristeza en su corazón.

Que el Señor Jesús nos conceda a todos la gracia, y la valentía, de saber perdonar a los demás.

Como complemento les ofrezco una pequeña recopilación de escritos sobre el tema de la Sanación cristiana del P. Robert De Grandis, incluyendo el tema del perdón.
SANACIÓN - Robert De Grandis :



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Epidemia Del hombre Light en el mundo

Podemos definir al hombre light como aquel que sólo vive la vida por vivir, aquel que se preocupa en exceso por los aspectos materiales, por lo que está de moda. Incluso por lo que los demás opinan, pues no toma en cuenta sus propios ideales, ni sus sueños... Todo ello lo ha ido perdiendo a través del tiempo y ahora se encuentra a la deriva.

Sin embargo ésto implica cosas más complejas que sólo son reflejo de su vacio interior, aspectos como; la caída en el hedonismo, pues sólo importa tener buenos ratos sin importar qué es lo que se tenga que hacer para lograrlo. La permisividad hace que no exista nada que le impida hacer lo que desea, y su capacidad de discernir lo correcto de lo que no, llega a ser en ocasiones nula.

En este sentido se encuentra manipulado por lo que la mayoría piense, crea o persiga, en general por la moda y las masas, con esta permisividad llega a la conclusión de que la verdad es relativa, por lo que si la verdad es relativa; en  la verdad no hay nada absoluto, es mas se vuelve todo subjetivo. Por lo que consecuentemente el siguiente paso es el escepticismo que se crea para alcanzar "esa verdad". Esto junto al nihilismo da lugar a un hombre pesimista.

Otro aspecto importante del hombre Light es la transmutación de los sentimientos como el amor, la libertad y el bienestar. Hasta el punto de involucrar a otros seres humanos para su propia y única diversión.
Un punto importante es la falta de interés en cualquier actividad, incluso en las lecturas que realiza, pues a la falta de interés hace que en las preferencias en cuanto a la lectura, se opte por sólo leer lecturas populares que no involucran un pensamiento crítico. Por ejemplo; aquellas revistas en las que se habla de la vida privada de personas ajenas a la persona en cuestión, sobre todo famosos y  por los cuales se siente atraído. En ellas el tema principal que se trata es el sufrimiento ajeno, generando un mecanismo de compensación, al encontrar consuelo en las desgracias que le suceden a otros con un ingrediente sensacionalista que provoca un sentimiento de frivolidad.







Entrevista a Enrique Rojas sobre El Hombre Light


Enrique Rojas, el psiquiatra y catedrático español analiza la sociedad de hoy; baja en contenido, sustancia y compromiso. Entre sus libros se encuentran, Una teoría de la felicidad,el Hombre Light, El amor inteligente y La conquista de la voluntad, entre otros, con los cualesha batido record en ventas a nivel mundial... seguir leyend...)


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"La Autotrascendencia"  

 *Por Victor Frankl (La Voluntad de Sentido)


¿Cómo estoy? ¿Cómo soy? ¿Cómo está mi salud? ¿Qué piensan los demás de mi? ¿Por qué me miran? ¿Si Me quieren..., o no me quieren? etc.., etc...

*Es importante tener algo que nos saque de nuestro "egocentrismo" 

En estas épocas estresantes e hiperactivas en la que en el que está inmersa gran parte de la sociedad occidental, son numerosas las personas que sepultadas en el ruidoso fragor de sus múltiples actividades, buscan su propia felicidad y autorrealización, en la confirmación exitosa de sus logros profesionales, en el disfrute de sus placeres sensibles o en la aceptación social de su cuidada y edulcorada imagen externa. Se incrementan sin cesar, las instituciones y clínicas médicas, arropadas por insistentes mensajes publicitarios, que nos ofrecen, si seguimos dócilmente sus instrucciones, hermosos y estilizados cuerpos para adquirir un “look” personal, que se ajuste a los criterios dictatoriales de la “moda” imperante. Frankl, invirtiendo este orden de valores, sostendrá que la soñada autorealización y la plenitud existencial del ser humano, como preámbulos de la felicidad, no se obtiene poniendo un espejo de contención frente al mundo exterior para sestear en nuestra propia y narcisista imagen refractaria, sino que se obtiene en la medida que nos entregamos a los demás y nos olvidamos de nosotros mismos. Así lo describe en diversos párrafos de su obra El Hombre Doliente:

El ser humano se realiza a sí mismo en la medida que se trasciende. Sólo es plenamente cuando se deshace por algo o se entrega a otro y se olvida de sí mismo (2)


Cuando nos dejamos absorber por nuestras grandes o pequeñas tareas cotidianas y tratamos de realizarlas con competencia para que sean útiles a los demás, quedamos tan absortos en su realización, que nos olvidamos de nosotros mismos, de nuestras persistentes y obsesivas preocupaciones, y sin pretenderlo, nuestra vida y nuestra forma de estar, adquiere su más preciada y adecuada hermosura. A ello se refiere Frankl cuando escribe:

Que hermoso es un niño cuando se le fotografía y está absorto en el juego, olvidado de sí (3)

El hombre es humano en la medida en que se pasa por alto y se olvida de sí mismo entregándose a una causa a la que servir o a una persona a la que amar. Al sumergirnos en el trabajo o en el amor nos trascendemos a nosotros mismos y de este modo nos autorrealizamos (4)

Desde su perspectiva antropológica, Frankl investiga desde diversos ángulos, esta tendencia o capacidad natural de ir más allá de nosotros mismos, de trascendernos hacia aquellas personas que conviven alrededor de la diversidad ambiental y social de nuestros espacios naturales. Con esta postura, actualiza el viejo principio aristotélico de que “el hombre es social por naturaleza”, principio que el gran filósofo griego lo fundamentaba en las peculiares características del lenguaje humano, al afirmar que está semánticamente construido para comunicarnos y relacionarnos con nuestros semejantes.

El ser humano apunta por encima de sí mismo hacia algo que no es el mismo, hacia un semejante a quien uno se encuentra (5)

               *El riesgo de la excesiva autoobservación

Frankl nos alerta del peligro de encerrarnos exclusivamente en la autorreflexión de nuestros caprichos y satisfacciones sensibles, de nuestros éxitos y fracasos, de nuestros bienes presentes y de nuestras seguridades futuras, debido a que esta voluntaria oclusión, supone tomar una actitud y una disposición que violenta nuestra natural apertura hacia el mundo exterior y hacia las personas de nuestro entorno.

Por ello, el psiquiatra vienés, considerará que aprisionar el “yo” en las estrechas paredes de nuestro claustro interior, sin dejar que se expanda sin falsos recelos “hacia afuera”, es un riesgo que facilita el cultivo de una serie de gérmenes patológicos que al envolver obsesivamente nuestras reflexiones, pueden derivar hacia determinados trastornos neuróticos y ser focos de infelicidad. Una personalidad sana y bien constituida desde la perspectiva psicológica, es para Frankl, aquella que sabe abrir las puertas y ventanas de su conciencia, hacia la luz y claridad del mundo exterior, dirigiéndose e interesándose por la gente que le rodea:

El ser humano no se interesa primariamente por su estado interno, y a menos que sea neurótico, está volcado hacia las cosas y hacia sus semejantes (6)

El bloquear esta natural apertura hacia los demás, curvándose la voluntad de la persona sobre sí misma y sus propios sentimientos afectivos, produce una serie estados anímicos de enfermiza y obsesionante “autoobservación” y excesiva atención consigo mismos. Con la aplicación de su método de la “logoterapia”, y de su peculiar técnica de la “derreflexión” u olvido de sí mismo, Frankl, pretende ayudar a aquellos de sus pacientes que han quedado aprisionados y obturados en estos estados patológicos de monopolizadora autoobservación.

La excesiva autoobservación genera la hiperintención y la hiperreflexión. Ésta puede contrarrestarse con la técnica de la logoterapia llamada derreflexión, en la que los pacientes en lugar de observarse a sí mismos, tratan de olvidarse de sí mismos, y esto exige su autoolvido (7)


Frankl está convencido que conseguir plasmar en la vida real estas tendencias de apertura a los demás, no es un objetivo utópico e imposible de alcanzar, ni un invento de los psicólogos para crear falsas e ilusionantes expectativas. Para ello, recurre a ejemplos metafóricos que permiten esclarecer aquello que pretende transmitirnos; de que la tendencia de apertura y trascendencia hacia los demás response a una tendencia natural de nuestro ser. Así se referirá a la facultad visual del ojo, al decir que éste órgano se ve a sí mismo cuando sufre alguna irregularidad fisiológica, y debido a esta visión irregular, el órgano del ojo pierde su natural condición de ver las cosas más allá de sí. Por tanto, si el ojo no se pasa por alto a sí mismo, los estímulos procedentes de la realidad exterior los percibe deformados, y la correcta visión de las cosas extrasensoriales queda frustrada. Es lo que nos comenta en “La Voluntad de Sentido”:

En la medida que el ojo se ve a sí mismo, su propia catarata, su capacidad autotrascendente de ver el mundo se le deteriora Así también, la facultad del ser del hombre se encuentra trastornada en la medida en que la autotrascendencia no se materializa, no se vive (8)

*En “El Hombre Doliente”, escribe en parecidos términos:

Debo relegarme a mí mismo, postergarme, pasarme por alto
como el ojo debe pasarse por alto para poder ver algo del
mundo (9)

Otro de sus ejemplos, se refiere a las propiedades que posee el bumerán australiano. Este peculiar herramienta, que retorna y se vuelve sobre sí misma, (al lugar de quien la arroja) cuando yerra su objetivo, le sirve para compararla con el error que cometen en el horizonte de su existencia, aquellas personas que se sumergen en su enfermiza hiperreflexión, y su exagerada autocontemplación, y que al no acertar a dar en la diana, en el blanco de su realización vital, se les diluye la posibilidad de ser felices y de encontrar un sentido a su existencia:

El ser humano atento a la realización de sí mismo recuerda al fenómeno del bumerán (éste sólo vuelve al que lo arroja cuando ha errado el blanco) Lo mismo le sucede al hombre vuelto sobre sí mismo, hiperreflexiona sobre sí mismo cuando no encuentra un sentido capaz de hacerle digna de vivirse (10)

La felicidad debe ser una consecuencia y no se puede
lograr a voluntad propia(11)


Para Frankl, una manera de no encontrar jamás la felicidad, es buscarla con ansiedad, pretender cercarla y apresarla para apoderarnos de ella. No debemos perseguir la felicidad como el Hades perseguía a la bella y aguerrida Perséfone, hija de Zeus. La felicidad es como la hermosa y delicada flor que cierra sus pétalos cuando osamos tocarla. Se produce con la felicidad, la aparente paradoja que cuanto más la cercamos, más se nos aleja y huye de nosotros, cuanto más nos obsesionamos en poseerla de forma directa, más se nos diluye y desvanece de nuestro ser:

La felicidad no puede ser perseguida, sino que más bien es algo con lo que uno se encuentra. Cuanto más corremos tras ella, más nos esquiva (12)

 

En “La Idea Psicológica del hombre”, desde una perspectiva psicológica de reminiscencias epicúreas, abunda sobre las consecuencias asfixiantes de pretender poseer de forma imperativa y obsesionante aquello que deseamos:

Cuanto más ansiosamente perseguimos algo que deseamos tanto más dificultamos en conseguirlo. El deseo vivido con excesiva intensidad ahoga aquello mismo que tanto anhela(13)




Abraham Maslow, prestigioso psiquiatra, mostrará su concordancia con Frankl, respecto a su concepto de la felicidad: “Según mi propia experiencia estoy de acuerdo con Frankl en que las personas que buscan su autorrealización, su felicidad directamente, separada de una misión en la vida, de hecho no lo logran”. Frankl, señalará la circunstancia de que cuando alguien expresa con frecuencia a los demás que se siente feliz, es probable que no lo sea. Una circunstancia que a menudo se puede ver u oír en los medios de comunicación, a través de ciertos personajes populares que aparecen exultantes al comunicarnos lo felices y dichosos que se sienten en su vida sentimental, para despertarnos a los pocos días, con la noticia de su posible ruptura y su incipiente depresión. Quien es feliz, es innecesario que nos lo diga, puesto que lo manifiesta de forma espontánea y natural Por tanto, no es feliz quien lo proclama, (dime de lo que presumes y te diré de lo que careces) si no de quien ha encauzado su vida, sus acciones y sus proyectos como un modo de servicio y apertura a los demás, como cumplimiento de una amorosa obligación.:


Cuanto más persigue el hombre la felicidad, más la echa de su lado. lado. En la medida en que la busca directamente pierde de vista el fundamento en que se basaba y el sentimiento de dicha se desmorona (14)


La felicidad es la consecuencia del cumplimiento de la
obligación (15)

4.- La Felicidad busca un fudamento

Sin embargo, Frankl, en línea con su importante tesis del sentido de la vida, nos hace la interesante consideración de que constituye un prejuicio social el afirmar que el ser humano busca de forma prioritaria su personal felicidad, la felicidad sin más, pues lo que realmente desea y busca es una razón, un por qué, un fundamento que cimente su felicidad. La larga experiencia clínica que posee el psiquiatra vienés a través de sus pacientes, es la mejor garantía para corroborar sus comentarios:
Debemos superar el prejuicio de que el hombre busca fundamentalmente la felicidad; lo que quiere, en realidad es encontrar una razón para ello (16)

En su obra La Psicoterapia al alcance de todos, volverá a insistir en estas consideraciones:
La vida clínica cotidiana demuestra que es precisamente la falta de un “motivo” para ser feliz lo que impide ser felices a las personas (17)
Yo diría que lo que el hombre quiere realmente no es, al fin y al cabo, la felicidad en sí, sino un “motivo” para ser feliz” (18)

Frankl reproduce una frase de Max Scheler, que aprovecha para poner de relieve de que el desarrollo de la personalidad, la propia autorrealización y el conocimiento de sí mismo, como una de las razones para alcanzar la felicidad, se consigue cuando nos olvidamos y nos perdemos a nosotros mismos. Una frase de claro sabor evangélico, que ninguna sorpresa le puede deparar al campesino que labra y cultiva la tierra, pues conoce de sobra que si el grano de trigo no se pierde en los ricos subsuelos poblados de microorganismos y elementos químicos, no puede nutrirse para fecundar la tierra y producir sus frutos. Solamente quien quiere perderse a sí mismo en una cosa, puede lograrse auténticamente a sí mismo (19)

Según Frankl, quien más en condiciones se encuentra para salir más allá de sí, quien posee la suficiente fortaleza y la exigente autocrítica para enfrentarse consigo mismo, con sus propios egoísmos y sus egoístas intereses personales, es la persona que es consciente de su realidad espiritual y sabe valorarla como la condición esencial de su naturaleza. Es entonces, cuando las diversas dimensiones de la estructura humana, se desarrollan en armonía y adquieren su verdadero significado, condiciones indispensables para lograr una vida feliz.
Existir significa salirse de sí mismo y enfrentarse consigo mismo, y eso lo hace la persona espiritual (20)

 

 

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 El secreto de la felicidad, según un monje budista y una monja contemplativa


El l II Congreso Internacional de la Felicidad organizado por una marca muy conocida ha reunido a diversos expertos que han abordado el tema desde diversos puntos de vista: sanitario, informativo, antropológico... Desde el ámbito religioso, un monje budista y una monja contemplativa han revelado su particular receta para ser feliz.

Matthieu Ricard, monje budista

Dicen que es  uno de los hombres "más feliz del mundo" aunque no  tiene    posesiones valiosas.

Matthieu Ricard, monje budista de origen francés, cedió su cabeza de maestro de meditación a los científicos y lo que vieron dentro ha servido para confirmar que esta práctica milenaria, en Oriente, favorece tanto el bienestar mental pleno como el físico. 



En Madrid, ha sido uno de los ponentes del Congreso de la Felicidad organizado por la misma marca-, dónde ha hablado de cómo conseguir esa paz interior que refleja la serenidad de su mirada. "Veinte minutos de meditación diaria producen la transformación interior", asegura a ELMUNDO.es.

Ricard, que estudió genética molecular antes de irse al Himalaya, declara que quiso ser objeto de estudio para que se probara si realmente la meditación podía ayudar, como él lo sentía, por el interés del Dalai Lama en que los investigadores descubrieran sus ventajas.

Durante su conferencia, explicó cómo, con escáneres y resonancias magnéticas, se descubrió que meditar mejora la concentración y la percepción, disminuye el dolor o fomenta el aprendizaje. Incluso protege de infecciones porque refuerza el sistema inmune.

"En los últimos 12 años hemos probado que funciona. Muchas publicaciones científicas lo aseguran y eso puede ser útil para introducirlo en la educación desde los niños", afirma.
Pero meditar requiere esfuerzo, no es fácil. Y por ello recomienda entrenar el cerebro, sobre todo con el amor altruista hacia los demás.

Ricard ve que hay similitudes entre todas las religiones. "Todas las mayoritarias comparten amor altruista, compasión, sensación de estar satisfecho, autodisciplina... Y deberíamos usar los puntos en común, en lugar de la bandera propia para dividir a la gente, porque entonces vienen los efectos negativos de la religión, que degeneran en violencia".

Además, reniega de quienes quieren ser felices en siete días con un tratado de felicidad. Sabe que es "un proceso largo, en el que no valen las satisfacciones inmediatas placenteras".
Y puso un ejemplo: "Si escuchas a Bach una vez, o dos, es un placer, si esto te gusta. Si lo escuchas mil veces, es una tortura".
Por ello dice que no se puede perseguir la felicidad a través del individualismo. "No somos entes aislados, no podemos olvidarlo".

Sor Lucía Caram, dominica contemplativa

Teóloga y Dominica contemplativa del Convento Santa Clara de Manresa, bloguera, y promotora de numerosos proyectos sociales para personas sin recursos, sor Lucía Caram es, ante todo y sobre todo, una mujer feliz.

 
Pero el camino hasta este estado de plenitud no ha estado exento de dificultades. Los primeros pasos en esa búsqueda comenzaron en su Argentina natal. Pensó que las monjas debían ser felices ayudando a los demás y decidió unirse a ellas. "Me sobraban estructuras y normas y llevaba fatal lo de rezar tantísimo, pero disfrutaba los paseos y la vida en comunidad".

Pero con el tiempo aquella existencia se le antojó insuficiente y siguió buscando una dirección hacia la que guiar sus pasos. "Hicieron falta cinco años de clausura y de silencio, de sufrimiento y soledad, pero no estaba dispuesta a claudicar de mi misión de mujer feliz", afirma.

En 2002, las imágenes de los niños tucumanos hambrientos tras el estallido de la crisis en Argentina sacudieron su conciencia y tuvo claro el camino a seguir. Volvió a su país y denunció la "ambición de una clase corrupta que se cebaba con los pobres. Declaré la guerra a lo que consideraba una ignominia. Me convertí en una monja cojonera y trataron de silenciarme", dice.

Volvió a España y encontró en el torno de su convento del siglo XIII "un mundo de oportunidades". Corría 2008 y hasta el monasterio empezaban a llegar las primeras víctimas de la crisis económica. Gente sin trabajo que necesitaba ayuda para comer. Así nació la Fundación Oriol, un proyecto con más de 3.000 beneficiarios, gestionado por voluntarios.

La "hiperactividad social" de esta atípica hermana, que duerme apenas cinco horas, le ha generado muchas críticas, dentro y fuera de la Iglesia. "Me consideran una religiosa de izquierdas y no hay más que entrar en Internet para ver los comentarios sobre mí. Pero mi alegría va a más y eso fastidia mucho".

¿Cuál es su receta de la felicidad? "Compartir. El secreto está en amar la vida y en compartirla cada día, en vivir sin retener. ¿Qué papel juegan los otros de lo que les corresponde. Los políticos han sido elegidos para servir y, si no sirven, no sirven para nada", responde.

¿Cualquiera puede ser feliz? "Cualquiera que ame y se sienta amado", precisa. ¿Incluso en tiempos de crisis? "La crisis es una oportunidad para valorar lo que queremos. No podemos seguir ignorando lo que le pasa al de al lado y destrozando el planeta. De esta crisis vamos a salir más humanos".

 

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Nuestra Lucha Interior

Se cuenta lo siguiente de un viejo anacoreta o ermitaño, es decir, una de esas personas que por amor a Dios se refugian en la soledad del desierto, del bosque o de las montañas para solamente dedicarse a la oración y a la penitencia.




-


Se quejaba muchas veces que tenía demasiado quehacer. La gente preguntó cómo era eso de que en la soledad estuviera con tanto trabajo.
-

Y él les contestó:



"Tengo que domar a dos halcones,
entrenar a dos águilas,

mantener quietos a dos conejos,


vigilar una serpiente,
cargar un asno y
someter a un león".
-

No vemos ningún animal cerca de la cueva donde vives. ¿Dónde están todos estos animales? Entonces el ermitaño dio una explicación que todos comprendieron. Porque estos animales los tienen todos los hombres, ustedes también.
-



Los dos halcones, se lanzan sobre todo lo que se les presenta, bueno y malo.


Tengo que domarlos para que sólo se lancen sobre una presa buena:
-
SON MIS OJOS…
-
Las dos águilas con sus garras hieren y destrozan.
Tengo que entrenarlas para que sólo se pongan al servicio y ayuden sin herir:
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SON MIS DOS MANOS…
-
Y los conejos quieren ir adonde les plazca, huir de los demás y esquivar las cosas difíciles.
Tengo que enseñarles a estar quietos aunque haya un sufrimiento,
un problema o cualquier cosa que no me gusta
-
SON MIS DOS PIES…
-
Lo más difícil es vigilar la serpiente aunque se encuentra
encerrada en una jaula de 32 varillas.
Siempre está lista por morder y envenenar a los que la
rodean apenas se abre la jaula, si no la vigilo de cerca, hace daño:
-
ES MI LENGUA…
-
El burro es muy obstinado, no quiere cumplir con su deber.
Pretende estar cansado y no quiere llevar su carga de cada día:
-
ES MI CUERPO…
-
Finalmente necesito domar al león, quiere ser el rey,

quiere ser siempre el primero, es vanidoso y orgulloso:

-

ES MI CORAZÓN…


-
De acuerdo a cómo luchemos…
Y al empeño que pongamos…
Dominaremos lo mejor que hay en nuestro interior
Y así; seremos hombres de BIEN





¿Como dominar nuestra mente, por medio de La oración y la Meditación?

La Oración y Meditación
Por medio de la oración y meditación, que es el ininterrumpido flujo de un solo pensamiento en Dios, uno puede alcanzar fácilmente al Altísimo. Porque la mente finalmente sucumbe ante un pensamiento a la que es sujetada sin interrupción por un tiempo prolongado. Si continuamos infundiendo en la mente cierto tipo de conciencia, cualquiera que sea su condición inicial, con el tiempo se dará el cambio deseado.
La mente es como una tela lavada que toma el color de la tintura en que se la sumerge. El pensamiento debe de volverse totalmente puro antes de sumergirse en el pensamiento de Dios para que tome su color. 

Al hablar de la tela lavada se refiere a la mente ordinaria, tan atiborrada de pensamientos y sentimientos mundanos, y contradictorios y adversa al pensar en Dios. No la mente purificada sino la mente en cualquier condición en que pueda hallarse.


He aquí una verdad psicológica, maravillosamente alentadora y de gran ayuda, pero con frecuencia olvidada por los que desean ese encuentro con nuestro creador. Una vez un hombre preguntó a su director espiritual: “No puedo controlar mi mente, no sé cómo”. El director le dijo: Que la práctica consiste en traer a la mente de nuevo, una y otra vez, el pensamiento de Dios. ¿Importa mucho que la mente ande errante al principio si de nuevo puedes regresarla a Él? Si podemos recordar eso tendremos ganada la mitad de la batalla, pero a menudo lo olvidamos y luego pensamos en otras cosas y olvidamos por completo la búsqueda. En tal caso, veamos ciertos puntos relativos a los medios de autocontrol.





¿CUÁL ES LA CONDICIÓN ADECUADA DE LA MENTE PARA LA MEDITACIÓN?

La conocemos como quietud. No es una calma forzada sino una resultante del cese de la mayoría de los deseos. Las cosas que perturban a la mente, ya surjan de adentro o vengan de fuera, están vinculadas con nuestros deseos secretos básicos. Siempre estamos tratando de realizar ciertos fines. Aunque nos esforcemos desesperados, a menudo fracasamos y esto exaspera a la mente. Y aun cuando triunfemos se nos presentan resultados extraños.



Debido a que los objetos de nuestro deseo nos eluden mientras los estamos disfrutando, nos sentimos desilusionados y engañados; y cuando no somos así frustrados, nos apegamos a los objetos de disfrute, y en tal caso, como el disfrute no se intensifica constantemente, viene la saciedad. Todas estas reacciones mantienen a la mente siempre inquieta, ya sea con el placer o con el desagrado. Así nos damos cuenta de que los pensamientos que impiden a la mente permanecer en presencia de Dios están unidos con los objetos de nuestro deseo, y sólo cuando logramos deshacernos de nuestros deseos dominantes la mente se tranquiliza relativamente.

Llamamos a este estado de calma relativa (retiro de la mente), una condición en la que la mente, aunque a veces inquieta (cuando tiene contacto con los objetos), está otras veces tranquila. Éste es un estado muy favorable. Si ves que tu mente se mantiene naturalmente quieta cuando no está en contacto con cosas perturbadoras, que te gusta estar solo y tienes una sensación de seguridad, entonces reconoces tal condición como la más deseable.

En esta condición debes esforzarte lo mejor que puedas en practicar este retiro, no debes descuidarla nunca. La mente es una entidad muy cambiante. No pienses que una condición que has deseado continuará existiendo sólo por el hecho de alcanzarla una vez. Algo puede surgir de dentro o de fuera para distraerte, y a veces puede tomarle a la mente cinco días o aun diez aquietarse de nuevo, del mismo modo que al mar le toma unos días recuperar su plena calma después de una tormenta.
  


TENER UN FIRME PROPÓSITO:
Al principio, proponernos firmemente ser muy regulares en la práctica. Siempre nos las arreglamos para atender nuestras necesidades corporales urgentes, sin importar lo que esté pasando; debemos ser así de fieles en la práctica de la oración y meditación. Ésta deberá sernos tan necesaria como respirar. Hay gente que al estar muy ocupada dice: “no tengo tiempo ni para respirar”, y aun así respira. Así debe ser con la oración.


Son muchos los que se preguntan: “¿Cómo puedo acercarme a Dios ?” Si tuvieran frío, no dirían: “Déjenme calentarme primero antes de acercarme al fuego”; seguro dirían “Me acercaré al fuego para calentarme”. Por otro lado si creemos que carecemos de espiritualidad, entonces ése es el mejor momento para pensar en Dios.



UN LUGAR ESPECIAL






Así como deben tenerse horas regulares; es importante elegir un lugar especial para estar en presencia del Señor. El lugar por excelencia, el ideal; es en el templo ante el Santísimo Sacramento. En ellos el mismo aire está impregnado de la presencia de Dios, hay una sensación de pureza. Uno se siente elevado tan sólo con traspasar el umbral de estos sitios consagrados.




Una atmósfera similar a la de un templo puede crearse en un simple rincón de nuestra casa. Cualquier lugar donde un pensamiento intenso es sostenido sin interrupción se carga con la calidad del mismo. Probablemente se debe a que la atmósfera y el ambiente físicos están conectados con el cuerpo, el cual vibra acorde con los pensamientos. Si éstos son puros, nuestro cuerpo igualmente alcanza una pureza que puede llamarse vibración espiritual.


Y naturalmente con ese cambio en el cuerpo la atmósfera exterior cambia también. De esa manera el lugar fijo donde oras y meditas se cargará de energía, estará tan saturado de una cualidad espiritual que tu mente se llenará con el pensamiento de meditación en cuanto llegues al lugar. Se aquietará como por un toque mágico y estarás conciente de una presencia palpable. ¡Qué gran ventaja! Tú puedes en verdad producir este aparente milagro mediante la práctica de mantener separado un lugar para consagrarlo a pensar en Dios.
Cuando medimos la fuerza de los sutiles enemigos que se agazapan en nuestra mente (las pasiones, los impulsos, las codicias y deseos). Cuando se dice “se agazapan” se quiere decir que hasta "los mejores" entre nosotros no han escapado a su influencia. Se dice que uno nunca está totalmente liberado de ellos..., por ello es tan importante buscar y permanecer en El Señor.




Así como en el invierno el jardín queda limpio de hierbas y ramas secas pero con la primera lluvia de primavera las diminutas semillas que quedaron en la tierra brotan para cubrirla de verdor, así también muchos pensamientos, impresiones y deseos sutiles yacen ocultos en nuestra mente esperando brotar en la primera oportunidad. Por ello tenemos que ser muy cuidadosos. Sabemos que todos estos impulsos erróneos están en nuestra mente y que con facilidad cubrirían toda nuestra conciencia si no los refrenamos. Nuestro problema es mantener una gran parte de nuestra mente (y por grados, una parte cada vez mayor) libre del predominio de los impulsos y deseos erróneos, de manera que la mente así liberada pueda pensar en Dios.




¿Mientras tanto qué debemos hacer para vencer nuestros deseos e impulsos adversos? A veces sucumben ante un ataque directo, pero un ataque por el flanco generalmente es mejor. Luchar de modo directo contra un estado de la mente para dominarlo puede hacer más daño que bien, pues con ello a veces la mente se embrolla más y más. El procedimiento más sabio y eficaz es no permitirse abrigar el pensamiento sobre la condición mental que ha de erradicarse. Recuerden este hecho psicológico: mientras más piensen en una determinada condición mental, más la fortalecerán.






Hay un cuento sobre un monje que acostumbraba sentarse bajo un árbol a la orilla del camino para orar y meditar. Una mujer de mala reputación pasaba con frecuencia por ahí, y él le decía: “Debes abandonar tu mala vida y tratar de ser buena. Si no lo haces, te sucederán cosas horribles después de la muerte”. Cada vez que el monje veía a la mujer la amonestaba de ese modo. Con el paso del tiempo ambos murieron y los mensajeros de la muerte vinieron a reclamar sus espíritus. Se dice que un mensajero luminoso trae un carruaje dorado para llevarse a una persona buena al cielo. Mientras que un mensajero oscuro es el que viene cuando muere una persona mala. Sucedió que el mensajero oscuro vino por el monje y el mensajero celestial por la mujer.





El monje estaba asombrado. “Creo que hay un error”, manifestó. “No (contestó el mensajero), no ha habido ningún error. Todo está correcto”. “¿Pero cómo puede ser?”, preguntó el monje. El mensajero replicó con gravedad: “Aunque parecía que meditabas, tú estabas pensando siempre en la mujer y sus malas acciones. ¿No estaba tu mente ocupándose continuamente del mal? La mujer, en cambio, pedía ayuda a Dios diciendo: (Señor, soy débil, sálvame). ¿No se ocupaba más de Dios su mente que la tuya?” El monje no pudo responder.




Éste acaso sea un ejemplo extremo, pero contiene una profunda verdad psicológica. Señala un hecho básico respecto a la acción mental, un hecho del cual pueden servirse en bien de su lucha por el dominio de ustedes mismos. Cuando a la mente se le permite ocuparse de alguna cualidad indeseable, ciertamente crea una nueva impresión que es muchas veces más fuerte que la original. Seguir reconociendo esta cualidad sólo la hará más y más fuerte, hasta que probablemente se convierta en un complejo.




 La mejor estrategia es adiestrar a la mente para que se mantenga en un nuevo nivel. Primero desvíenla del pensamiento de la debilidad hacia algún tema agradable, luego elévenla por grados a una conciencia superior. Este método de autorrestricción no reprime a la mente, sino más bien la extrae de asociaciones peligrosas, admitiendo pensamientos deseables en vez de los indeseables.




Siempre que hagamos algo por los demás o por nosotros mismos podemos pensar que lo hacemos para el Señor. Todo puede convertirse así en actividad espiritual. .
Cuando en nuestra mente no penetre nada extraño, se volverá más calmada. Entonces, en el templo de nuestro corazón empezaremos a ver la faz radiante del Señor. Al meditar en ella la encontraremos más y más hermosa, y sumergidos en su infinita belleza olvidaremos todo lo demás. Estaremos por fin totalmente absortos en Él.


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NUESTROS MIEDOS




Autora: MARTA AYUSO


Tras ejercer 10 años como técnica superior forestal y ambiental, y después de 20 años trabajando su propio camino, decide convertir su pasión por el crecimiento personal en su trabajo, apostando por el potencial que todos llevamos dentro. Desde entonces, se dedica al coaching personal, motivando, ayudando y acompañando a aquellos que desean seguir su propio camino. El segundo pilar de su trabajo es la divulgación de la importancia de expresar nuestros talentos personales para encontrar el sentido y la plenitud en la vida.

El miedo y nuestro camino

Las emociones son una fuente básica de información sobre nosotros mismos en el mundo. Nos proporcionan información sobre dónde estamos y sobre dónde queremos ir. Las emociones, y los sentimientos que generan a medio plazo, nos ofrecen información sobre los aspectos más o menos satisfactorios de nuestra vida actual y qué matiz tienen. Nuestras ideas, proyectos e intenciones, por otro lado, generan emociones que nos ofrecen información sobre el objetivo al que queremos llegar y sobre la cantidad de motivación que tendremos para logarlo.
Excepto en el caso del miedo.
El miedo es una emoción necesaria, generada por la mente y el ego para protegernos de los peligros externos que pueden amenazar nuestra integridad.
Es muy importante darse cuenta de hasta qué punto el miedo es una emoción que se pone en marcha por defecto delante de cualquier situación desconocida. Esto es así, y está bien que sea así, ya que para la mente todo lo que es desconocido es un peligro potencial. Se trata simplemente de un mecanismo de defensa. Pero es importante que seamos conscientes de ello,
ya que en muchas ocasiones es este miedo (puede que disfrazado de vergüenza, angustia o con otros matices) el que nos impide avanzar hacia aquello que necesitamos y deseamos.
Cada vez que nos damos cuenta de que es necesario un cambio en nuestra vida, aparece el miedo. Miedo a perder lo conocido, miedo a no lograr lo deseado, miedo a la valoración externa y miedo al miedo.
Esta es una reacción perfectamente normal. Lo que es importante es saber que el miedo nunca desparecerá antes de realizar el cambio o la acción que lo ha provocado. Simplemente porque la situación que se halla al otro lado de ése cambio o acción continuará siendo desconocida hasta que estemos en ella.
Así, para poder emprender la acción o el cambio con la mínima resistencia es importante seguir los siguientes pasos:
1. Identifica todos los miedos que la acción o el cambio te generan. Escríbelos y explícatelos. Es importante que seas consciente de ellos, de la influencia que tienen y de su alcance.
2. Pon a cada miedo en contexto y perspectiva. Da un paso atrás y míratelo con cierta distancia.
3. Para cada miedo, identifica una forma de suavizarlo y aplícala (no esperes que el miedo desaparezca, no lo hará, pero quizás se suavice). Si es necesario descomponer el cambio en pasos más pequeños, hazlo. Ésta es una forma sencilla de ir haciendo pasos en la dirección deseada sin enfrentarse a grandes barreras, ya que el miedo que produce es menor y más fácil de superar.
4. Acepta que continúas sintiendo miedo
5. Hazlo de todos modos
Cualquier cambio implica salir de nuestra zona de confort. Ésta nos proporciona seguridad y estabilidad, no es fácil salir de ella. Pero cualquier crecimiento y expansión se sitúan fuera de nuestra zona de confort, y requieren superar el miedo a lo desconocido, en cualquiera de las variantes en que se muestre.
Una vez hecho el paso, ya después de hacer el cambio, aparece la satisfacción y el orgullo de haberlo hecho, juntamente con todas las nuevas posibilidades que ofrece el nuevo territorio descubierto. Sólo entonces desaparece el miedo para quedarnos aquella curiosa y universal sensación de… "¿a esto le tenía yo tanto miedo?".
Seguir nuestro camino implica a menudo atravesar estas barreras invisibles. No podía ser de otra manera, ya que nuestro camino nos lleva siempre hacia el crecimiento, y éste no se produce dentro de nuestra zona de confort. Si queremos crecer y expresar nuestro potencial nos vemos enfrentados periódicamente con el cambio, y por ende, como somos humanos, con el miedo.
Por otro lado, no hay nada que nos aporte mayor realización y satisfacción que seguir nuestro propio camino, y crecer y expandirnos mientras lo andamos. Y superar cada vez el miedo resulta de la suma de conciencia y acción.
ORACION
Nada te turbe, nada te espante,
todo se pasa, Dios no se muda.
La paciencia todo lo alcanza,
quien a Dios tiene nada le falta:
¡Sólo Dios basta!
Santa Teresa de Jesús

REFLEXION
Huellas en la arena

Una noche tuve un sueño... soñé que estaba caminando por la playa con el Señor y, a través del cielo, pasaban escenas de mi vida.

Por cada escena que pasaba, percibí que quedaban dos pares de pisadas en la arena: unas eran las mías y las otras del Señor.


Cuando la última escena pasó delante nuestro, miré hacia atrás, hacia las pisadas en la arena y noté que muchas veces en el camino de mi vida quedaban sólo un par de pisadas en la arena.
Noté también que eso sucedía en los momentos más difíciles de mi vida. Eso realmente me perturbó y pregunté entonces al Señor: "Señor, Tú me dijiste, cuando resolví seguirte, que andarías conmigo, a lo largo del camino, pero durante los peores momentos de mi vida, había en la arena sólo un par de pisadas. No comprendo por que Tú me dejaste en las horas en que yo más te necesitaba".
Entonces, Él, clavando en mí su mirada infinita me contestó: "Mi querido hijo, yo te he amado y jamás te abandonaría en los momentos más difíciles. Cuando viste en la arena sólo un par de pisadas fue justamente allí donde te cargué en mis brazos".

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Artículo extraido de la Revista “Catequistas”



Nos definimos, muchas veces, por “yoes”




Nos definimos muchas veces por “yoes” superficiales: yo rol, yo profesión, yo acción, yo cuerpo, yo tengo,…
Los “yoes” superficiales nos configuran y, a veces, ocultan nuestro yo profundo. Vamos de madres, hermanos, padres…, por la vida. Cuando el rol oculta a la persona, dejamos de ser nosotros mismos. Si nuestra identidad está sostenida en los roles, el día que dejamos de tenerlos, dejamos de ser. Cuántas madres se aferran a sus hijos no por la necesidad de éstos sino por la necesidad de la misma madre y prolongan por eso la etapa infantil de sus hijos. No crecen en autonomía ni en libertad porque ya están ellas detrás protegiendo que a sus “niños” de cuarenta y cinco años no les falte de nada.
Los “yoes” profesiones nos configuran y, a veces, ocultan nuestro yo profundo. Vamos de economistas por la vida, o de psicólogos, o de profesores, o de albañiles, o de médicos. Cuando la profesión oculta a la persona, dejamos de ser nosotros mismos. Cuántas personas al ser pre-jubiladas o jubiladas por derecho, se sienten inválidas e inútiles porque toda su identidad estuvo puesta en su profesión. Al verse ahora sin ella, no saben qué hacer con el tiempo y el espacio que ocupaba y sienten que dejan de ser. Sienten morirse porque ya “no sirven para nada”. Si dejamos de dedicarnos a nuestra profesión, ¿dejamos de ser?   
Los “yoes” lo que hacemos. Parece que haciendo somos más. Por eso, cuando por alguna circunstancia dejamos de hacer, no tenemos nada que hacer, … entramos en crisis de identidad. “¡¡¡Qué hago ahora!!!”. Cuando la acción oculta a la persona, dejamos de ser nosotros mismos. “Como no hago, no valgo, no soy”, escucho a veces a los “mayores”. Cuando no soy eficaz ni eficiente, por alguna circunstancia, “¿dejo de ser?”.
Los “yoes” cuerpo. Y claro, la sociedad configura nuestra talla. La que debemos ser. Y andamos peleados con nosotros mismos, con lo que somos realmente porque no damos esa talla que se considera adecuada. Cuando el cuerpo oculta a la persona, dejamos de ser nosotros mismos. Cuánto dolor hay en estas épocas en las que parece que se es más si el cuerpo tiene determinadas medidas estándar. Cuánto sufrimiento especialmente en los jóvenes adolescentes cuyo cuerpo identifican con su carnet de identidad y, efectivamente entran en trastornos de identidad por el cuerpo que presentan.
Los “yoes” lo que tenemos. “Tanto tienes tanto vales”. Dice Facundo Cabral, cantante argentino recientemente asesinado: “Hay gente que trabaja en lo que no ama para consumir lo que no crea. Es más, hay gente que compra lo que no necesita, con dinero que no tiene, para agradar a gente que no vale la pena…”. Cuando el tener o no tener oculta a la persona, dejamos de ser nosotros mismos. Detrás de la riqueza y la pobreza, se encuentra el ser humano. Si vivimos desconectados de nuestras propias necesidades y deseos, “somos” lo que el mercado nos dice que necesitamos. Cuántas personas en este tiempo de crisis, por haber puesto su identidad en su dinero, al perder su estatus viven con más dolor la imagen rota que queda de ellos, que lo que echan en falta realmente. 
Sé tú mismo
Si nuestra identidad está puesta en cosas efímeras, como la flor, la columna vertebral de nuestro ser puede romperse hasta destruirnos por un mal golpe. Quien haya puesto su identidad en lo que tiene, la crisis se lo puede quitar. Quien se sostenga en el cuerpo que hoy tiene, el tiempo se encargará de recordarle que no será el mismo dentro de unos años.
“Volemos más abajo para no enfermar”. Pongamos nuestra identidad en algo más hondo que no pueda destruirse, que acoja los distintos momentos que podamos atravesar a lo largo de una vida. Desde la energía que vivimos en la juventud hasta los pasos lentos de la vejez. Que incluya la fuerza creativa de los años de actividad profesional, y el humor sabio de quiénes han vivido.
Pongamos nuestra identidad en algo lo bastante sólido que integre el nacimiento de la vida y el encuentro inoportuno de la muerte.
Cultivar la interioridad
Nos hablamos sin parar y el modo en que organicemos esta íntima conversación va a tener efectos decisivos en nuestra vida. Nos tratamos bien o mal, de manera destructiva o constructiva, nos animamos o desanimados continuamente. Tenemos luchas íntimas, desgarros, descontentos, arrepentimientos, angustias.
Lograr ser uno mismo es un reto a conseguir después de escuchar al cuerpo, las emociones y sentimientos, los pensamientos, nuestros comportamientos, las necesidades que nos conforman, nuestras relaciones con el entorno. Cultivar la interioridad es aprender a escuchar-se.
 Sé tú mismo. El logro se traduce en libertad. Sentir y vivir las propias emociones intensamente. Las propias ilusiones y esperanzas. Los propios errores.  
**Sería bueno enlazar esta interesante publicación, con algo más…, algo que reafirme, todavía más, nuestro seguimiento del Evangelio…





Y que mejor que con las pinceladas sobre: La Nueva Evangelización con ocasión del Gran Jubileo 2000, que el entonces Cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dictó sobre esta enseñanza. Explicó Ratzinger que «la vida humana no se realiza por sí misma». «Nuestra vida es una cuestión abierta, un proyecto incompleto, que es preciso seguir realizando.
¿Cuál es el camino que lleva a la felicidad?
La pregunta fundamental de todo hombre es: ¿cómo se lleva a cabo este proyecto de realización del hombre? ¿Cómo se aprende el arte de vivir? ¿Cuál es el camino que lleva a la felicidad?». De la respuesta a estas preguntas brota lo que significa evangelizar: «Evangelizar quiere decir mostrar ese camino, enseñar el arte de vivir. Jesús dice al inicio de su vida pública: he venido para evangelizar a los pobres (cf. Lc 4, 18). Esto significa: yo tengo la respuesta a vuestra pregunta fundamental; yo os muestro el camino de la vida, el camino que lleva a la felicidad; más aún, yo soy ese camino. La pobreza más profunda es la incapacidad de alegría, el tedio de la vida considerada absurda y contradictoria. 
La incapacidad de alegría supone y produce la incapacidad de amar…
Esta pobreza se halla hoy muy extendida, con formas muy diversas, tanto en las sociedades materialmente ricas como en los países pobres. La incapacidad de alegría supone y produce la incapacidad de amar, produce la envidia, la avaricia... todos los vicios que arruinan la vida de las personas y el mundo. Por eso, hace falta una nueva evangelización. Si se desconoce el arte de vivir, todo lo demás ya no funciona. Pero ese arte no es objeto de la ciencia; sólo lo puede comunicar quien tiene la vida, el que es el Evangelio en persona».
La expropiación del propio yo
De esta estructura de la nueva evangelización también deriva el método justo. Es cierto que debemos utilizar razonablemente los métodos modernos para hacernos escuchar - o mejor dicho: hacer accesible y comprensible la voz del Señor... No es que busquemos ser escuchados nosotros - no queremos aumentar el poder y la extensión de nuestras instituciones, sino queremos servir al bien de las personas y de la humanidad dando espacio a Aquél que es la Vida. Esta expropiación del propio yo que se ofrece a Cristo para la salvación de los hombres, es la condición fundamental para un verdadero empeño por el Evangelio. "Porque he venido en nombre de mi Padre, y vosotros no me recibís. Si algún otro vienera en su propio nombre, a éste si lo acogeríais" dice el Señor (Jn, 5, 43).
Salir de la propia suficiencia
Salir de la propia suficiencia (Metanoia), descubrir y aceptar la propia indigencia - indigencia de los otros y del Otro, de su perdón, de su amistad. La vida no convertida es autojustificación.
¿Vivir como todos?
Aquí debemos tener presente el aspecto social de la conversión. En efecto, la conversión es, ante todo, un acto muy personal y es personalización. Yo me separo de la fórmula "vivir como todos" (no me siento más justificado por el hecho que todos hacen cuanto hago yo) y encuentro delante de Dios mi propio yo, mi responsabilidad personal. Pero la verdadera personalización es siempre también una nueva y más profunda socialización. El yo se abre de nuevo al tú, en toda su profundidad, de esta manera nace un nuevo Nosotros. Si el estilo de vida extendido en el mundo implica el peligro de la des-personalización, del vivir no mi propia vida, sino la vida de todos los demás, en la conversión debe realizarse un nuevo Nosotros del camino común con Dios. Anunciando la conversión también debemos ofrecer una comunidad de vida, un espacio común del nuevo estilo de vida. No se puede evangelizar sólo con las palabras; el Evangelio crea vida, crea comunidad de camino; una conversión puramente…(…)
Textos extraídos sobre  La Nueva Evangelización
(Cardenal Joseph Ratzinger)

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Amar y esperar desde este lado de la trinchera...

Hay días en que apenas nos queda un poquitín de esperanza, algo de fe, unos sorbos de caridad y buenas maneras.

Veo las noticias. La Unicef habla del empeoramiento, gracias a la crisis, de las condiciones de vida de millones de niños y niñas del tercer mundo, del primero, de la misma España. Cambio de canal, el rostro curtido de estos pibes se me cuela en la sopa.

Una rubia de La Sexta, vaya canal sofisticado, enseña con mucho bombo el palacete de no sé que tío importante, ¿Quién vive ahí? se llama el programa. Nueva bofetada, otro canal, por favor, por favor,...

Efectos de la crisis, el paro y otras perlas, sobre el estado de ánimo de la gente ¡Venga ya, señores del 24 horas, déjenme respirar! Ahora vuelvo, entretanto, programita acojonante de la 2: Se ha comprobado: ¡aumenta el sector del lujo en nuestro país! Sí, sí, coches que corren a toda pastilla, joyas que relucen, viajes al quinto pino,.... Violencia.
Decido acostarme de una vez. En días así, mi alma no anda para discursos muy floridos en la plegaria. Es más, estoy tentado, no rezo, y punto.
Pero no, Señor, ¡qué digo! que suba de mis labios como bien pueda la sobriedad de un Padrenuestro. Sabemos que ya te vale, que bien que nos conoces tú por dentro.

Padre querido, que nuestra oración sea el desafío de quien quiere creer, amar y esperar desde este lado de la trinchera. Cueste lo que cueste.

El pan cotidiano, Señor, el pan, dánosle hoy, y que este hoy sea hoy de verdad

Hay días en que no deberíamos dejar de orar ni un sólo instante.
(Articulo tomado del Blog de Marcelo)

Para acompañar este post, aquí les dejo un libro muy a tono con lo dicho: La fe como confianza del francés Gerard Fourez.

LA FE COMO CONFIANZA: DESCARGAR 

PLAN PASTORAL PARROQUIAL SAN MATÍAS (2011-2015)

"LA LABOR DE LA IGLESIA SE PUEDE PESAR, MEDIR Y CONTAR"

El próximo fin de semana, 17 y 18 de noviembre, celebraremos el Día de la Iglesia Diocesana. Víctor Oliva, sacerdote y responsable -por la delegación del Obispo Nivariense- de los asuntos económicos, aborda en nueve minutos La labor de la Iglesia, la campaña "Xtantos", etc... son algunos de los asuntos abordados...

Nueva Web Pastoral Penitenciaria en Tenerife

El desafío de la evangelización

"España atraviesa una profunda crisis que, en el fondo, sólo podrá superarse con un cambio radical de comportamientos y actitudes, con una conversión a Dios..." Así lo expuso el cardenal Rouco, arzobispo de Madrid... accede a la portada de esta quincena de la revista Alfa y Omega)

Católicos en la Vida Pública

Raúl Mayoral y Oscar Vara (Asociación Católica de Propagandistas). Con testimonios de Cristianos comprometidos en las distintas facetas de la vida pública. El tema está centrado en: "La dignidad" y su actual *tergiversación...

"UNGIDOS Y ENVIADOS... POR DIOS"

Homilía del Obispo en La Misa Crismal, celebrada en La Parroquia de La Concepción. Pidamos por Nuestros Sacerdotes, por esa Renovación de Fidelidad y Amor a Cristo...

EJERCICIOS ESPIRITUALES (SAN IGNACIO DE LOYOLA) POR INTERNET.

plan diocesano de pastoral

PROMO "PDP"

PROMO "PDP"
"Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos" (1 Jn 1, 3

rezando-voy

SANTA SEDE